Lourdes Labarta irradia positivismo al otro lado del telefóno. Dice que ella está en la vida "para alegrar a la gente" y, a sus 61 años, asegura que la felicidad desaparecerá el día que no pueda leer una novela, ver el mar, disfrutar de la compañía de su marido y de su hija o tomarse unas cañas con los amigos. "No quiero que nadie decida por mí cuando llegue el final", señala.

Por eso, y también influenciada por su experiencia como enfermera, optó por registrar el documento de voluntades anticipadas. "Yo decidí tener una vida digna, independiente, y también quiero una muerte digna. Creo que el fallecimiento tiene que ser la prolongación de la historia de la vida de cada uno de nosotros y aquí se nos da la opción de decidir cómo continuar el viaje", explica.

ÉTICA DE VALORES

Labarta dice que en sus 40 años de trabajo en el hospital Miguel Servet ha visto sufrir "a mucha gente" y que eso le ayudó a ampliar su ética de valores.

"He visto muertes de chavales jóvenes, de pacientes que con 40 años tienen un proceso final horrible y el médico no sabe muy bien cómo plantearle la situación si no tiene remedio. Eso no se enseña en las Facultades de Medicina y la parte bioética es fundamental", asegura.

Labarta, que forma parte desde hace cuatro meses de la asociación Derecho a una Muerte Digna (DMA) en Aragón, no comprende que una sociedad abierta como la española no se decida por las voluntades anticipadas.

"El momento de la muerte siempre es muy duro y, a veces, se producen situaciones muy incómodas entre los médicos y la familia cuando la persona no tiene consciencia plena. Este documento puede ayudar a que un profesional sanitario no tenga dudas, porque el hecho de conocer las voluntades del paciente ayuda a tomar decisiones. Y también a los más allegados, que vivien momentos que son muy desagradables", señala.