Parecía que la riada de este mes de abril iba a ser un calco de la que se produjo en marzo del 2015, hace solo tres años, pero no ha sido así. La altura del agua, más de ocho metros en el momento más álgido, y volúmenes superiores a los 2.000 metros cúbicos han coincidido en ambas avenidas. Además en esta ocasión también ha sido preciso evacuar la residencia de ancianos y una serie de viviendas entre Monzalbarba y Alfocea.

Sin embargo, más allá de estos rasgos comunes, se ha tratado de dos fenómenos muy distintos. En el 2015, la riada pasó de largo por Navarra y golpeó con fuerza en Aragón y ahora ha sido al revés. El agua no ha penetrado en ningún núcleo habitado, mientras que a mediados de la década fue necesario evacuar preventivamente a los vecinos de Boquiñeni y parte de Pradilla ante el riesgo de que el agua entrara en sus casas, cosa que finalmente sucedió.

Aguas abajo, en Zaragoza, el efecto de la riada fue mucho mayor y movilizó durante varios días a los Bomberos. En esta ocasión se ha actuado con mayor antelación y se han suspendido actos previstos, a la vez que se ha cortado el acceso a las zonas más próximas al cauce. Con la diferencia de que entonces había un peligro real y ahora se trata de prevenir riesgos que no se han producido de momento.

Aguas abajo de Zaragoza, el efecto de la riada es todavía una incógnita, por lo que no se pueden comparar ambos episodios, si bien en aquella época los daños fueron cuantiosos y tardaron en repararse. En cualquier caso, el 2018 se diferencia del 2015, sobre todo, en que aquella experiencia obligó a tomar medidas y a realizar acciones que ahora, enfrentados a otra avenida, han servido con eficacia para aminorar las consecuencias.

Por ejemplo, la red de motas y diques ha sido concienzudamente reforzada, gracias a una inyección de 30 millones de euros. Además, se han establecido aliviaderos en zonas de cultivo con el fin de rebajar la presión sobre el cauce y reducir caudales. Los ojos de los puentes han sido desbrozados y se ha limpiado el cauce de vegetación, algo criticado por los ecologistas y aplaudido por los ribereños, que no obstante se quejan de que el dragado no ha sido tan masivo como creen que requiere el Ebro.

Esta acciones se han llevado a cabo con dificultad, apurando la letra pequeña de la legislación, debido a que la normativa europea en el campo medioambiental es muy estricta.

En cualquier caso, ambas riadas compartirán de seguro unas mismas consecuencias políticas: se reabrirá el debate sobre la forma en que se compaginan los derechos de los habitantes y de los agricultores con la protección del hábitat fluvial.

Además, los daños agrarios, en los dos casos, han sido elevados y dejan un gran número de explotaciones perjudicadas, muchas de ellas de carácter familiar y que necesitarán apoyo institucional.