La elección de Zaragoza como sede de la Exposición Internacional de 2008 constituye un motivo de satisfacción y orgullo no sólo para los aragoneses sino también para todos los españoles. Como andaluz, y con el recuerdo de lo mucho que significó la Expo 92 de Sevilla, a estos sentimientos sumaría además la certeza de que el 2008 va a revelarse como un hito decisivo para el progreso de Aragón y para su contribución al proyecto común de la España del siglo XXI. Así ocurrió en Andalucía hace doce años.

El impulso de la Expo sevillana y de las grandes inversiones que se realizaron hizo muy visible, en un momento clave de nuestra autonomía, que los andaluces empezábamos a dejar atrás una marginación de siglos y, lo que es más importante, a recuperar la autoestima y demostrarnos a nosotros mismos nuestra capacidad colectiva de progreso.

LA EXPERIENCIA de Sevilla, al igual que las de otras ciudades de nuestro entorno como Barcelona o Lisboa, subraya la rentabilidad de este tipo de apuestas, no sólo por sus beneficios directos y no sólo para los territorios y sectores que asumen el protagonismo. Proyección exterior, autoconfianza, mejora de infraestructuras, impulso al tejido productivo y apertura de horizontes son algunos de los elementos definitorios del efecto multiplicador que la organización de grandes eventos culturales y deportivos ejerce sobre la sociedad en su conjunto.

Al margen de algunos iniciales recelos localistas y de ciertas resistencias poco comprensibles, lo cierto es que el 92 mostró muy pronto beneficios bien patentes a toda la comunidad, no sólo a la capital. Por poner el ejemplo más gráfico, el 92 trajo el AVE y también la autovía que vertebra Andalucía. Antes de su construcción, atravesar la región de este a oeste podía resultar un empeño de la misma magnitud que cruzar España de norte a sur. Antes de la modernización de las conexiones con la Meseta, las suaves ondulaciones de Sierra Morena adquirían para los andaluces unas dimensiones casi pirenaicas... que, física y simbólicamente, también nos separaban de Europa.

La Expo 92 derribó muchas barreras que impedían nuestro desarrollo; actuó como catalizador de esperanzas y proyectos demasiado tiempo latentes; aceleró la transformación iniciada con la democracia y la autonomía; marcó en definitiva una senda de progreso que es la que aún hoy seguimos con éxito: concluida la muestra, y una vez superado el bache de la recesión económica mundial del 93, Andalucía no ha parado de crear riqueza y de generar empleo año tras año, a un ritmo muy superior que en el conjunto de España y la Unión Europea. El gran esfuerzo inversor que llevaron a cabo las administraciones públicas para acabar con la herencia del aislamiento y de la marginación económica, cuya mayor intensidad se alcanzó precisamente en torno a 1992, ha ido dando paso a un papel más activo de la iniciativa privada y de la propia sociedad.

Como es inevitable que ocurra, no faltaron aquí voces agoreras que, antes de la muestra universal, se precipitaron a aventurar su fracaso y que, una vez finalizada con resultados opuestos a sus augurios, vaticinaron el abandono de las infraestructuras de la Isla de la Cartuja y la inutilidad de las inversiones realizadas. El eco de aquellas voces, escasas pero ciertamente ruidosas en su momento, fue pronto apagado ante la evidencia de una tecnópolis que se ha colocado con rapidez en la cabeza de los parques tecnológicos de España por volumen de facturación.

El Parque Científico y Tecnológico Cartuja 93, que tomó el testigo de la Expo, acoge hoy más de 230 empresas, organismos y centros de investigación, y emplea a cerca de 9.000 trabajadores, la mayoría de ellos jóvenes altamente cualificados. Cartuja 93, la mayor concentración de científicos, tecnólogos e investigadores en el territorio andaluz, es hoy en día modelo de reutilización y rentabilización de un espacio creado para un evento temporal, como fue la Expo, pero planificado con perspectivas de futuro. Su carácter eminentemente urbano y el hecho de que más de tres cuartas partes de las empresas instaladas desarrollen algún tipo de actividad en I+D+i (una proporción insólita en un parque empresarial) le otorgan una gran singularidad y valor añadido respecto a otras tecnópolis europeas.

El Parque Tecnológico sintetiza bien la herencia de la Expo 92 y el aprovechamiento de las oportunidades que trajo consigo pero, sobre todo, refleja el hito de modernización que para todos los andaluces significó la muestra universal. Su nacimiento, al igual que otros grandes proyectos estratégicos que se desarrollaron en paralelo en todo el territorio regional (el AVE, las autovías, las nuevas universidades, el Parque Tecnológico de Málaga, la apuesta por el desarrollo sostenible) abrió una cuña para que Andalucía recuperase el impulso emprendedor y de apertura al mundo que, después de siglos de postración económica, muchos creían ya olvidado.

Estoy convencido de que la Expo Zaragoza 2008 generará en la ciudad y en la comunidad aragonesa el mismo impulso de autoconfianza que en Andalucía propició la Expo 92. Las orillas del Ebro, como hace doce años las del Guadalquivir, se convertirán en 2008 en el germen de un proyecto de progreso que a buen seguro redundará en beneficio de todo Aragón y hará visible el liderazgo de nuestro país en la apuesta por el desarrollo sostenible y la nueva cultura del agua. Estos dos ejes temáticos de la Expo Zaragoza, esbozados ya en la muestra sevillana, se sitúan en el mismo centro del debate sobre el futuro del mundo y subrayarán con creces el carácter internacional de la cita del 2008. Al ponerlos en primer plano, Aragón hace además revivir un rico legado histórico de sabiduría en el manejo de los recursos naturales que, desde Roma a Joaquín Costa, desde Al-Andalus a la Ilustración, los andaluces también compartimos con orgullo.