Aguantaron el barro y la lluvia, un durísimo ascenso por caminos olvidados y el dolor que supuso para todos ellos revivir la tragedia. Los 152 familiares de los soldados fallecidos a bordo del Yak-42 que viajaron el pasado martes a Ma§ka (Turquía) para asistir a los actos del primer aniversario del siniestro recrearon toda la crudeza del accidente en primera persona. En el mismo monte donde perdieron la vida sus seres queridos.

Y mientras algunos encontraron restos del avión, objetos personales de los militares y restos óseos doce meses después, otros apenas llegaron a tiempo para ver el acto. Un homenaje que estuvo a punto de suspenderse por el mal tiempo.

La primera ceremonia tuvo lugar en la pequeña localidad de Ma§ka, de apenas 11.000 habitantes. Tanto su alcalde como el ministro de Defensa turco, Vecdi Gonul, destacaron en sus alocuciones que los nombres de los soldados fallecidos quedarán "grabados en la memoria" de los ciudadanos de su país. "Vuestros hijos son nuestros hijos", señalaron ambos tomando unas palabras del fundador de la República de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk. Después, el titular de Defensa español, José Bono, y todos ellos se desplazaron hasta el monte Pilav, a 2.100 metros de altura, en compañía del embajador de España en Turquía, Manuel de la Cámara. No asistió al acto ninguno de los jefes de Estado Mayor del Ejército.

Fue un penoso trayecto de hora y media en caravana. Más de 20 furgonetas y tres ambulancias formaron la expedición, que a cada minuto se encontraba con más dificultades para avanzar por el fango del camino. Entre afilados valles y espesa vegetación surgían militares turcos que velaban por la seguridad de los asistentes sin mover un solo músculo, impertérritos.

Sin embargo, el viaje se complicó cuando varios socavones impidieron la circulación. La tensión aumentó y tres familiares decidieron bajarse de su vehículo ante el temor a un accidente. "¿No queréis subir?", les preguntó un periodista. "Iremos caminando", respondió una mujer visiblemente enojada. En su misma furgoneta viajaba Ana Ochoa, viuda de hecho del sargento primero Algaba, quien también mostró su "enorme preocupación" por el estado de la "carretera".

ACCESO COMPLICADO Poco antes del mediodía, hora prevista para la inauguración de un monolito en honor de los caídos --a iniciativa de las autoridades de la pequeña aldea de Sahinkaya--, se consumó el problema: muchos vehículos quedaron atrapados y hubo que seguir a pie durante un kilómetro. Algunas mujeres llevaban zapatos de tacón, pero nadie escatimó esfuerzos. "El deseo de ver el lugar de los hechos es más intenso que las adversidades climatológicas. Necesito dar forma real a tantas imágenes que he dibujado en mi mente durante este año", indicó Francisco Agulló, hermano de un miembro del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) de Zaragoza. Eso sí, Agulló dejó bien claro que el mejor homenaje a las víctimas es "que se depuren responsabilidades".

Mientras el monumento de piedra y acero con los nombres de los fallecidos era destapado por Bono y Gonul, varios familiares continuaban "peleándose" con el barro para acceder al lugar. Francisco Cardona, padre de una de las víctimas, no pudo esconder su malestar tras no estar presente durante la ofrenda floral, las salvas de fusilería y el minuto de silencio. "No hay excusas. Me he quedado sin ver el acto", criticó.

Pero todos, uno por uno, dejaron sus flores, rosarios y fotografías bajo los nombres de las víctimas. A su lado, un letrero anónimo reflejaba la solidaridad del pueblo turco: Comparto vuestro sufrimiento . Hubo de todo lo que uno puede imaginar en una situación tan trágica: abrazos, abatimiento, lágrimas...

Uno de los momentos más inquietantes se vivió cuando Diego Novo, hijo de un comandante fallecido, burló el cordón de seguridad y encontró una maquinilla de afeitar, la chapa de un reloj y restos del fuselaje del Yak-42. Otros incluso hallaron pequeños huesos humanos.

"Un año después aún podemos ver todas estas cosas aquí, para que luego digan que el peinado de la zona se hizo correctamente" , declaró el joven. Su madre, María Menéndez, agradecía "enormemente" el cariño mostrado por los ciudadanos turcos.

Algunos niños los recibieron con flores que cogieron del campo y una mujer incluso entregó a algunas viudas bolsas con tierra del lugar. Sin embargo, Menéndez evidenció sus preferencias por que el primer monumento erigido en memoria de los 62 militares se hubiera construido en España.

Tres cuartos de hora más tarde, todos los familiares abandonaban el monte en silencio, con gestos de complicidad hacia las aldeanas y envueltos por la niebla y el barro. El mismo barro sobre el que perdieron la vida 62 militares españoles, 12 ucranianos y un bielorruso.