Como casi todos sus compañeros de gabinete, Federico Trillo pensó que otra legislatura le ayudaría a esconder sus miserias. Pero el 14-M no sólo cambió el Gobierno; los fantasmas comenzaron a salir por las ventanas. Se había empeñado en defenderse de las críticas cuando en realidad debería haber cogido por los cuernos el difícil toro de la verdad vergonzante. Obsesionado por que el escándalo no le estallara, sólo veía dobleces o malas intenciones en quienes censuramos su patética e inhumana gestión en la identificación de las víctimas del Yak. No quiso Trillo tragarse un sapo cuando tocaba, pero hoy se ha tragado algo más: su carrera política.