El lujo tiene muchas caras y una de ellas se encuentra a 20 minutos del centro de Zaragoza. Su nombre, Villa Sa Calma, es además toda una declaración de intenciones: paz, tranquilidad y cobijo. El propietario de este enclave situado en Montañana es Ángel Labastida, en otro tiempo cara visible de la tradicional joyería familiar zaragozana que lleva su apellido. Cambia la forma, pero no el fondo. También la forma de adquirirlo: de la compra al alquiler.

“Es algo único”. Con esas tres palabras define este enclave su impulsor. En terreno de una hectárea de extensión dentro los límites del barrio rural zaragozano se ubica esta casa de 400 metros cuadrados donde no falta de nada. Piscina, televisiones de 85 pulgadas, barbacoa, horno de leña, una bañera redonda, billar, futbolín, terraza de ensueño que cuenta hasta con un grifo de cerveza… y en el horizonte próximo planea rematarlo con una pista de pádel y de vóley. De momento.

Aunque no pueda parecerlo a priori, la historia que rodea esta morada, que se ha convertido en uno de los lugares más solicitados de Aragón –a juzgar por su nivel de reservas-, tiene también su punto romántico. En ella se condensan recuerdos y una madurez de viajes y experiencias. “Dejé la joyería con la crisis de los 40 y me fui con mi mujer a Ibiza a trabajar ella en villas de lujo y yo como capitán de barco. Mientras, viajábamos por todo el mundo. Años después, en 2018, volvimos a Zaragoza por motivos laborales. La finca era donde, en su día, veraneaba o pasaba los fines de semana con mi familia. La casa estaba vacía y tanteamos el mercado. Nos dimos cuenta de que había mucho chalet y casas para alquilar, pero faltaba lujo y un punto de cuidado como el que vimos en Ibiza”.

Camas balinesas en el espacio de césped de la villa Villa Sa Calma

El resultado fue el que hoy se puede ver. Un espacio pensado para estar "como en casa", aunque compartida entre 14 personas, que se distribuyen en 7 habitaciones dobles. Pero, ante todo, un lugar donde reunirte con los tuyos "en un ambiente cómodo". Parte de ese calor lo aporta el cuidado mobiliario de puertas hacia dentro y hacia afuera. "Prácticamente todo lo que hay lo hemos hecho nosotros. Me gusta mucho construir cosas y disfruto trabajando la madera", dice Labastida. La inspiración del resultado final condensa las tradiciones de varios lugares en los que ha estado. "Lo difícil es combinarlo con gusto", puntualiza.

"Un precio asequible"

En los cuatro años desde que Villa Sa Calma es una realidad, las reservas no han dejado de fluir salvo en los peores momentos de la pandemia. Al principio, impulsados por las plataformas y motores de reserva de alojamientos, ahora gracias al boca a boca. El perfil de aquellos que lo eligen es variado, aunque con un denominador común, según Labastida: "Esta casa está ligada a las reuniones entre familia o amigos. Aquí no se viene a hacer turismo, se viene a estar con tu gente en un entorno que da mucha vida".

No hay un visitante habitual tipo, aunque sí muchas caras ya conocidas para el propietario a fuerza de la costumbre. "Desde hace 6 meses tengo gran parte de las semanas de verano ya ocupadas. Son personas que, por ejemplo, han estado el año anterior y que cuando salen me piden reservar las mismas fechas para el siguiente. Muchos son belgas, británicos, holandeses", contextualiza. Un rápido vistazo por la ocupación de la villa da cuenta de estas palabras: entre junio y agosto apenas quedan disponibles tres semanas libres.

Salón de la casa de la villa. Villa Sa Calma

Durante el resto del año, los grupos son más heterogéneos y van desde personas procedentes de la capital para pasar un fin de semana hasta grupos de amigos repartidos por varias ciudades para los que Zaragoza es un punto intermedio de encuentro o los que, sencillamente, vienen de propio, "por la casa". En todo esto no faltan las anécdotas más chocantes: "Hay personas que lo han alquilado un día para venir a jugar al mus".

Otro de los puntos fuertes de la Villa Sa Calma es, según su propietario, su precio. "Es muy asequible". Aquí, las opciones admiten prácticamente la máxima flexibilidad. Desde la opción diaria, sin hacer noche, por 35 euros por persona -con un mínimo de 6 asistentes-, otras entre semana que ascienden a 390 euros por noche (65 euros para esa media docena de personas) o los 1.260 euros entre viernes y domingo que, con la máxima ocupación que permite la casa, saldría a 90 euros por cada uno. De optar por el alquiler semanal completo, el desembolso es de 2.900 euros por toda la villa a repartir entre los asistentes.

Piscina ubicada dentro de la villa Villa Sa Calma

El negocio hasta el momento marcha viento en popa. "No tengo competencia", afirma Labastida en vista de su modelo de negocio, que dice no encontrar otro ejemplo cercano. "Parece que cuando pones algo en alquiler vale cualquier cosa, pero nosotros no somos así. Esto implica un trabajo de más de 10 horas diarias para mantener la finca tal y como está, sin contar luego la limpieza de la casa".

Preguntado por las expectativas de futuro, tira de cierta sorna: "Si ómicron, Putin y los marcianos cuando vengan nos dejan, estoy convencido de que va a seguir funcionando".