Dicen que los políticos inteligentes dedican sus primeros cuatro años de mandato a lograr la reelección y los cuatro siguientes a pasar a la historia. Marcelino Iglesias Ricou, 52 años, natural de Bonansa (Huesca), casado con María Cuartero, y padre de dos hijos, ha logrado matar dos pájaros de un tiro. El pasado jueves, 3 de julio de 2003, coincidiendo con la festividad de Santo Tomás, el incrédulo, Marcelino Iglesias no sólo fue reelegido en su cargo de presidente del Gobierno de Aragón, sino que ha hecho historia al ser el primer político que repite mandato en la DGA en la reciente historia democrática de la región.

Cumplidos los objetivos de ese modelo de político inteligente, aunque en menos tiempo de lo previsto, Iglesias podría echarse ya a dormir y a deambular por los pasillos del Pignatelli. Pero no lo debería hacer, porque la carambola que ha ejecutado supone un gran honor y una enorme responsabilidad.

Ser el primero que rompe una constante histórica de cambio en la DGA cada cuatro años, a la que en muchas ocasiones se ha culpado de todas las inoperancias porque ese tiempo da poco de sí, obliga a mucho. Obliga, en primer lugar, a demostrar la veracidad del susodicho lamento, ejecutando proyectos de envergadura a largo plazo; y, en segundo lugar, a hacer de la anhelada estabilidad política un aval incuestionable para incrementar la ilusión social y la identificación con un gobierno de todos y para todos. Sólo el trabajo bien hecho argumentará en favor de la estabilidad institucional.

En su discurso de investidura, Iglesias dibujó un Aragón cargado de oportunidades y en un tono muy optimista planteó propuestas muy concretas que se ha comprometido a realizar. Ahí quedan impresas para ser demandadas. "Contamos --dijo-- con las herramientas adecuadas para crecer, autogobierno, infraestructuras, espacio físico, agua y una ubicación estratégica óptima". Este reconocimiento público de la realidad aragonesa le debe servir de acicate y de estimulante para aprovechar todas las posibilidades detectadas.

Si Marcelino Iglesias no arbitra los mecanismos precisos para dinamizar la región; si no consigue los mejores resultados en asuntos sociales, sanitarios, educativos, turísticos, tecnológicos, de vivienda, comunicaciones e industriales; si teniendo todo en su mano, como él mismo ha reconocido, no sabe aprovechar esta oportunidad de oro, él habrá fracasado estrepitosamente como político, pero a la vez, y lo que es mucho peor, habrá causado un tremendo perjuicio a todos los aragoneses por ralentizar su desarrollo. Los tiempos no están como para tirar cuatro años por la borda.

Está claro, pues, que el gran reto de Iglesias ante la nueva legislatura es demostrar si es capaz de asentar un liderazgo político y social y de cargase la comunidad a sus espaldas, para llevarla hasta ese estado esplendoroso que él mismo ha trazado.

Habría que pensar, incluso, que después del optimismo derrochado por el presidente ante el horizonte mágico e ilusionante que nos aguarda a todos los aragoneses, a poco que lo haga medianamente bien podría consolidar un liderazgo que hasta ahora se ha echado de menos en Aragón. ¿Podría alcanzar las cotas de fuerza electoral y popular que otros políticos autonómicos han obtenido en sus respectivas regiones, como Bono, Ibarra, Chaves, Fraga y hasta Zaplana y Gallardón en su día?

La mayoría de estos líderes políticos ejercen además cierta influencia en el ámbito nacional, un peso específico que el propio Iglesias reconoce que a Aragón le falta y que es preciso conseguir. No estuvo de más, por este motivo, el guiño que en su discurso de investidura dirigió al gobierno de Madrid, pese a las diferencias existentes por el trasvase del Ebro: "La política inteligente del Estado debería ser apostar por Aragón, rodeado de realidades políticas con tentaciones centrífugas, como espacio de seguridad e integración".

La tarea que tiene por delante Iglesias es inmensa y él mismo se ha marcado implícitamente los objetivos: asentar un liderazgo político y social, lograr influencia en el ámbito nacional y conducir a Aragón a un estado de desarrollo de máxima prosperidad.

Su segundo mandato no será un camino de rosas, pero tampoco una carrera de obstáculos insalvables. Superados los rifirrafes del debate de investidura, no debe caer en la tentación de aplicar el rodillo parlamentario de la mayoría mecánica, ya que los proyectos de futuro que Aragón tiene que acometer exigen la colaboración de todos, sin excluir a nadie.

Otros cuatro años tiene por delante Marcelino Iglesias. Ojalá que no los malgaste. Si ha roto una maldición y ha hecho historia saliendo reelegido, tiene que demostrar que es capaz de escribir la mejor historia, la de hacer realidad ese futuro tan magnífico que todo el mundo intuye para Aragón. Está obligado a no decepcionar.

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