La fresca súbita ha pillado a la gente en bragas, en tangas. No llueve o llueve mal, a trombas, a trozos. Todo seco y la colada tendida, las toallas playeras de Curro Fatás, aquella canción de aquel verano. Arena en las chancletas, silicio para chips casuales. En septiembre casi todo el mundo quiere algo, no es como agosto, que trae nocturnidad y retirada de estatuas. En septiembre sube la ansiedad y no hay manera de salir a la calle. Los bares hacen demasiado ruido. Para calentar un poco de leche emiten un rugido espantoso. Anoche empezó a emitir la pública la segunda temporada de la serie Perdidos, que mucha gente ya ha visto en la Fox: hay dos o tres velocidades para ver las cosas, las series. Hay un trapicheo vecinal de dvds y cds con las últimas películas de estreno. Copias malas con la voz desincronizada, copias buenas, pirateo rutinario de las novedades del imperio siempre repuntando en su agonía (USA busca su Alatriste).

Hay dos velocidades en casi todo, en la enseñanza, en la F1, en el pirateo, en lo que se puede ver con o sin abono. La serie Perdidos tiene el encanto de que se parece vagamente a la vida de ahora, a este universo ya muy asumido, del que no se sabe casi nada, aparte de algunos indicios, fogonazos lejanos. Hay un surtido de personajes, un elenco, trozos de sus vidas anteriores a la isla, y siempre nuevos enigmas, nuevas sorpresas. Es la mera expectativa que nunca se satisface, más o menos como la vida actual, una expectativa que sólo se sacia --mal-- con otra nueva, una velocidad sin concretar, sin objeto ni conclusión. Dentro de las distintas velocidades hay más rangos, más variaciones. Así, un hogar que no incentiva a su 1,2 hijo al estudio puede tener acceso a todas las bandas anchas y satélites y cables. O viceversa.

En este pirronismo cartesiano nos movemos como podemos, siempre de aquí para allá, sin un Einstein que nos traiga una auténtica sorpresa sobre ese Universo lleno de latas de anchoas. Casi un siglo ya tirando de los mismos ovillos. Y suerte del genoma, que al menos da alas al papa. Perdidos, la expectativa vacía, hay que verlo a la vez que Mujeres desesperadas que, según la diseñadora Bea Gimeno, es una serie sobre el secreto. Los datos del sinvivir diario, esta economía opípara de la muerte, se desentienden mejor aplicando el criterio de Perdidos.

Periodista y escritor