El tiempo corre tanto en la realidad como en la ficción literaria, pero no debe de hacer aún sino unos pocos años que ese excelente escritor que es José Calvo Poyato me hablaba, dando un paseo por la plaza del Pilar, de su pareja de detectives del Siglo de Oro; una idea histórico--policíaca a la que estaba dando forma definitiva.

Y, para que comprueben que mi colega andaluz, cordobés, es hombre de palabra, su última novela, titulada El ritual de las doncellas, abunda en esos dos personajes suyos, de reciente creación, como les decía, pero de honda e hispana e histórica raíz, cuales serían, y vamos a presentarlos ya, el perspicaz Pedro Capablanca y su ayudante, un fraile de apellido Algodonales.

A su héroe, este Capablanca andaluz, dotado de certero sentido común y de la valentía necesaria para introducirse hasta los jarretes en aventuras inesperadas, extraños misterios, o en delitos de sangre, Calvo Poyato lo había enviado ya antes a la Corte, para resolver el enigma de un robo literario (El manuscrito de Calderón); ahora, en El ritual de las doncellas, residencia a Capablanca en su Sevilla natural, donde la detectivesca pareja integrada por el pesquisidor y el animoso y pícaro Algodonales brilla con luz e ingenio propios.

En el tiempo de la novela, esa Sevilla de mil seiscientos y muchos picos, hispalense capital de Indias, y andaluza referencia de los decadentes Austrias, se está convirtiendo, casi sin quererlo, en la principal ciudad financiera del mundo conocido.

La plata y el oro fluyen de allende el oceáno en galeones cargados de riquezas, y de todos los reinos de España se acarrean hasta el Guadalquivir las nobles piedras para construir las mansiones de los nuevos ricos; fenómeno, como podemos ver, endémico en nuestra castiza sociedad.

Sin embargo, y aunque una poderosa clase social está emergiendo al calor de los trasiegos marítimos, Sevilla, al margen de sus cuentas corrientes, sigue siendo un patio de Monipodio. La aristocracia de carroza y librea se confunde con el barro de las tahonas, y entre las marquesas y busconas no son demasiado anchos los paraísos ni infiernos, ni las ballenas del corsé. Son, de hecho, ese abigarramiento y colorido atractivos de la prosa de Calvo Poyato, siempre descriptiva y cálida, siempre medida y funcional, aprehensible y fácil para cualquier lector.

Y, con mayor razón, en cuanto a su funcionalidad, aquí, en la intriga, cuando debe contener sus conocimientos históricos --el autor es catedrático de Historia Moderna y especialista en la España de los Austrias-- para acelerar la acción hacia su inesperado desenlace. Una solución, harto escondida, que desvelará la causa de la muerte de sucesivas mujeres jóvenes en distintos puntos de Sevilla. Mujeres, niñas, casi, que no han conocido varón, y que aparecen en los arroyos, en los campos o en los muelles con los cuerpos exangües, desangrados, y los párpados cosidos, como si sus asesinos, llevados de una cínica piedad, hubiesen pretendido al menos eliminarles la visión de sus propios padecimientos.

Segundo caso de Capablanca; esperamos el tercero.

Escritor y periodista