Al menos el cambio climático nos trae una certeza, aunque sea mala. Nos da un plan de acción. Una mala conciencia. Un programa. El primer mundo no necesita nada de eso, pero el resto sí. El primer mundo ya es feliz a nivel individual, que es de lo que se trata. El ciudadano del primer mundo tiene suficientes temas con mirar catálogos y actualizar su lista de deseos. Se calcula que el ciudadano del primer mundo dedica cuatro horas diarias a actualizar esa lista, aunque ese tiempo lo comparte viendo la tele, hablando de novedades o en internet: es multitarea. Esta actividad --actualizar la lista de deseos-- hay que quitarla del epígrafe de ´ocio´ y meterla en el de ´trabajo´, según el FMI. Es negocio, PIB en estado químicamente puro. Aún queda mucho por andar.

El ideal de la humanidad, sin saberlo, ha sido siempre llegar a esto: a ocuparse full time de la lista de deseos. El cerebro, al igual que el universo, no descansa: no puede parar de chiporrotear y de generar ansias.Por eso el estrés es algo "natural". Quizá lo más o lo único natural que hay.

Gran parte del primer mundo ha alcanzado hace años este estadio de plenitud angustiosa --gestionar la lista de deseos--, y ahora se enfrenta a la fase madura, que comprende varias etapas más o menos simultáneas: leerse los manuales de instrucciones, asumir la decepción del deseo colmado, pagar las facturas, suspirar por lo siguiente y, por fin, desear algo global: trascender la fase del mero cacharrerío, la segunda residencia y retocarse los pómulos. Al final, por c, por b o por aburrimiento, el humano es trascendente, íntimamente global (en sentido amplio).

La velocidad de saciabilidad aumenta más deprisa que la Ley de Moore, así que en los primeros mundos, o se apunta uno al paseo espacial o se vuelca en la metafísica y las oenegés. No queda más. La saciabilidad corre más que el propio universo que, como sentenció Einstein, es algo cansino. Al consumidor del primer mundo ya empieza a agobiarle esa superstición científica de que no se pueda correr más que a la velocidad de la luz. Al consumidor del primer mundo se la suda el cambio climático porque ya lo ha descontado. Ya está pensando en otra cosa. Y sólo lo bombea como tema de relleno para los otros mundos, que neoliberalmente hablando, necesitan grandes desafíos para espabilar.

Periodista y escritor