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La injusticia planetaria

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo en Roma con motivo de la cumbre de la FAO sobre el problema descomunal del hambre en el mundo, que "no puede haber seguridad alimentaria sin seguridad climática". Las cifras claman al cielo. Más de 1.000 millones de personas sufren hambruna en el mundo y, en el tiempo que se tarda en leer este editorial, morirán 30 niños por falta de alimentos. No se trata de elucubrar con mensajes apocalípticos, pero sí de dar a conocer una injusticia planetaria. Poco se ha conseguido en Roma. La cumbre, sin los jefes de Estado del G-8, se ha limitado a ser un brindis al sol, con el deseo imposible de reducir a la mitad, en el 2015, el número de hambrientos. En el 2000, la cifra estimada era de 800 millones y, en vez de bajar, ha aumentado en 200 millones. El hambre y el calentamiento global están en primera línea de la agenda internacional, pero nada más. Intereses contrapuestos, múltiples ramificaciones económicas y políticas, luchas intestinas y por el control de los mercados, dejadez y ausencia de decisiones globales compartidas condenan al mundo a saber dónde se hallan los problemas sin soluciones efectivas, rápidas y solidarias.

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