"Ese tipo es un farsante. No tiene experiencia ni bagaje. No está ni de lejos preparado para ser comandante en jefe", dijo él. "Es senador de EEUU", respondió ella, añadiendo: "No es ninguna tontería". Él replicó en tono duro: "Solo lleva tres años en el Senado y su meta ha sido en todo momento la carrera hacia la presidencia. ¿Qué ha hecho realmente?". "Hay que ser realistas. La gente cree que eso es tener experiencia", sentenció ella.

Esta conversación nunca ha sido desmentida por sus protagonistas. Tuvo lugar en un hotel de Iowa la noche anterior al caucus o votación a mano alzada de ese estado, primera etapa de una larguísima carrera de primarias imprescindible para pelear por la Casa Blanca. Y en esa agria conversación él era Bill Clinton y ella era Hillary Clinton. Minutos antes les habían dicho que el joven senador Barack Obama podía ganar, y esa sensación, sumada a la ilusión que había despertado, hizo que muchos líderes históricos del Partido Demócrata comenzaran a mojarse por Obama.

La charla entre el matrimonio aparece en El juego del cambio, el libro que narra lo que ocurrió aquellos días, escrito por los periodistas John Heilemann y Mark Halperin. Obama ganó aquellas primarias. Pero en el juego democrático, en el que las normas y las formas son importantes, los perdedores, el equipo de campaña de Hillary Clinton, echaron una mano a su rival Obama para que consiguiera recaudar fondos suficientes y vencer al republicano John McCain en las elecciones presidenciales. Durante todo el proceso celebraron más de una veintena de debates: entre ellos, entre sus manos derechas, con estudiantes, con periodistas... Casi un año de campaña en la que los matices jugaron fueron claves.

Aquí en España estamos en pañales. De momento son los partidos pequeños o nuevos, o que no han gestionado el poder, quienes han establecido ese sistema de elección, aunque aún a años luz de otros lugares. La democracia interna funciona en otros países, en los que se regula con leyes pero también en los que solo forma parte de su tradición, sin que existan normas. Quizá la diferencia entre todos ellos y nosotros sea la exigencia ciudadana. Quizá es que aquí los políticos siguen pensando que se lo pueden permitir, que pueden seguir usando dedazos porque no van a tener reproche ciudadano. Y quizá hasta aciertan. O no. Este año lo sabremos. ¿Es la democracia interna en los partidos incompatible con el éxito electoral? Periodista