Se llama Rocío Ruiz, es la nueva consejera de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía, y no le gustan las procesiones de Semana Santa. No solo eso, las considera «un espectáculo tenebroso rescatado de la historia medieval» y «un desfile de vanidad y rancio populismo cultural, con los grandes hombres inflados de autoestima piadosa a punto de reventar». Queda claro que muy partidaria de las procesiones no es. Yo tampoco, sinceramente. Ni de los Sanfermines, ni de las Fallas, ni de la Tomatina de Buñol, ni de la batalla del vino de Haro; y la sardana tampoco me conmueve especialmente. Pero no creo que tenga que pedir perdón por ello, ¿verdad? ¿O sí? Espero que nadie envíe mensajes a la Cadena Ser exigiendo que prescindan de mis servicios porque se hayan sentido ofendidos… Pero tampoco lo descartaría. Porque vivimos en el imperio de los ofendidos; son ellos --y ellas-- quienes van intentando recortar nuestras alas, guiar nuestras vidas, y me temo que lo están consiguiendo. La consejera andaluza, que escribió ese artículo hace cinco años, ha tenido que salir ahora corriendo a pedir disculpas porque Vox ya se había echado al monte al grito de: «¡Basta de insultar identidad y tradiciones con el dinero de todos los andaluces!». El imperio de los ofendidos no extiende sus tentáculos únicamente por la política, ya lo invade prácticamente todo: desde el humor hasta la cultura pasando por las conversaciones más banales. El otro día, Pablo Carbonell también tuvo que disculparse por haber dicho en televisión que sería «un milagro» que el niño de Totalán, Julen, fuese rescatado con vida. ¿A qué o a quién pudo ofender con esas palabras? No sé, creo que nos ha picado un virus inquisitorial que ha sembrado el aire de ira y de mala leche. También creo que la turboautopista de comunicación que suponen las redes sociales ha jugado un papel decisivo en este emponzoñamiento; aunque tampoco lo quiero decir muy alto porque ya me han reprendido por desear que las cosas fueran como antes. Sí, echo de menos la libertad, la naturalidad y la falta de prejuicios para expresar libremente lo que uno piensa. Y lo peor es que en ese imperio de ofendidos es transversal: como la estupidez. H *Periodista