Hambrientos siempre de poder y de dinero. Son auténticas fieras cavernarias, una triste representación del género humano, y una absoluta desgracia, pues cada vez son más y se multiplican a mejor ritmo, casi tan rápido y con más fiereza que ese innombrable que corre por las calles coronando a diestro y siniestro. Si, son ellos, los hombres-mujeres grises que creen ser los que gobiernan el curso y la historia de esta Europa caduca y decadente. Esos que creen haber ganado sus respectivas batallas: los unos, la salvaguarda del proyecto europeo y la consecución de los fondos mínimos necesarios para el resurgir de los pueblos más diezmados por el Corona; los otros, demostrando su bravía pseudo-vikinga para imponer sus condiciones restrictivas en lo referente a la entrega de dinero. Todos ganan, ninguno pierde, excepto aquellos que formamos parte de la clase espectadora, a los que se nos presupone exclusivamente programados para la degustación voluntaria y gozosa de este tipo de esperpentos, que más que el bien común buscan satisfacer egos. Pero, si a nivel planetario, europeo, la ecuación es esa, en España, más de lo mismo. Ahí tienen a nuestros líderes autonómicos, discrepando entre ellos y con el Gobierno central (incluso aún compartiendo color político), por entender insuficiente, injusto e inaceptable, el reparto de los fondos covid. No comparten que los criterios empleados por el Ejecutivo español no sean los de Bruselas (población, PIB per cápita y tasa de desempleo), y que se primen otros relacionados con el impacto de la pandemia (la población protegida, las hospitalizaciones, los ingresos en UCI y las pruebas de PCR efectuadas), aunque lo que verdaderamente les importa son sus cotas de poder y dinero. ¿En pro del bien común?