Te envío esta última carta con el mismo sentimiento que me invadía cuando me despedía de ti en la misa de Torrero, tú clausurada ya en tu caja postrera y yo sentado en mi silla de convaleciente y que, no podía contener las lágrimas ni lo deseaba realmente, porque brotaban sin poder contenerlas y porque así tenía que despedirte; otra cosa hubiera sido injusta.

Aunque la muerte sea ineludible para todos los humanos, a ti, bastante más joven que este anciano, te llamaba el Señor antes que a uno y durante la ceremonia de tu misa de despedida, veía tu ataúd sabedor de que te marchabas sin poder darnos el último adiós, cara a cara, eso sí, esperanzados en reencontrarnos, Deo volente, confiando pues, en la Misericordia Divina.

Desde tu nombramiento como secretaria mía, antes incluso de que fundáramos el PAR, hasta que sobreviniera el mal de esta marcha tuya, ya solo pudimos hablar telefónicamente unas tres o cuatro veces y siempre brevemente, ya que estabas encerrada confiando en el remedio que no llegó. Estabas ya en la sala definitiva de espera de tu partida para la vida eterna; esta despedida, creo que durará siempre, al menos, todo lo que el Señor disponga que pase hasta volver a vernos y para hablar de cosas que ya no sean las políticas. Consuelo, lo sabes bien, y lo sabe ella, comprende nuestra amistad fraterna y comparte mi sentimiento.

En aquella misa, tu sobrina Martita tuvo la delicadeza de acercarse al lugar donde puso mi silla mi hijo Hipólito y, respetando la distancia pandémica, aún hablamos un rato de la otra Marta, la que se nos iba.

Tu tía Marta no me cansaré de repetir que fue la persona de mi absoluta confianza; siempre en su puesto de servicio, nunca pedigüeña de nada que no fuera su laborioso trabajo en el PAR como una de las singulares colaboradoras del partido y luego en las Cortes y en la DGA sin más preferencia que la de cumplir estrictamente, sus nada fáciles obligaciones.

Siempre nos tratamos como hermanos sin ninguna otra trascendencia. Nunca, tampoco abusó de su puesto para obtener cosa alguna que la favoreciese. Fue un constante ejemplo de comportamiento laboral y moral. Hasta que Dios lo permita, recibe el abrazo cariñoso que siempre nos dimos. En nombre de Consuelo y en el mío, mil gracias nos parecen pocas. Un abrazo interminable.