Hace unos días me crucé por la calle con un asiduo lector de este rincón y me animó a que escribiera sobre el consumo y los consumidores. Pues acepto el reto con sumo gusto. Lo cierto es que el ser humano es entre otras muchas cosas un ser consumidor, desde que nace hasta que muere. Desde que se levanta hasta que se acuesta. Es el sistema, no queda otra. Nos levantamos y ya estamos consumiendo: encendemos la luz, hacemos correr el agua para asearnos... nos acostamos habiendo comido y leído. Todo pasa por la compra de materiales y servicios.

Ni el tiempo ni la intensidad del consumo nos hace mejores consumidores, de hecho, la población en general desconoce con frecuencia sus derechos y no son pocas las ocasiones en las que salimos escaldados por abusos. Les voy a contar algunas experiencias de personas cercanas.

Me decía una compañera hace un tiempo que reclamaría las facturas que recargan conceptos que no ha contratado. Pero es que me cuesta más esta operación que lo que le van a devolver. Las líneas 902 eran un revulsivo claro. Ahora ya no existen, pero sigue suponiendo demasiado tiempo y, en ocasiones, hasta dinero ejercer nuestros derechos.

A un familiar cercano, que por cultura generacional revisa bien las facturas, le cobraron por error 600 euros de más de la compañía de gas, de esas de las puertas giratorias. Casi le da un telele. La factura superaba el importe de su pensión. La gran compañía no tenía en su política hacer devoluciones de una tacada, únicamente fraccionarlas e ir descontando durante muchos meses poquitas cantidades.

Y así cientos de casos de los que saco una conclusión: los consumidores no estamos educados, informados, formados ni suficientemente protegidos y algunos distribuidores y productores se aprovechan de nuestra ignorancia para generar un abuso lucrativo despreciable. Estas situaciones se agravan en aquellos colectivos con menos competencias básicas. Vamos, que contra menor es tu nivel socioeconómico y cultural más probabilidades tienes de que te la peguen. Porque, claro, quién es el listo capaz de no solo leer sino entender la letra pequeña de los contratos. El poder adquisitivo también pesa en esta ocasión y quien tiene que estirar los euros hasta el máximo para llegar a fin de mes y satisfacer sus necesidades elementales acaba comprando lo más económico, lo que no está homologado. No por elección, es que no le queda otra.

Desde este rincón algunas de mis recetas pasan por la legislación que obligue a la transparencia a productores y distribuidores; educación, que es la base para que cualquier sociedad sea mejor y educar en consumo es apostar por una sociedad mejor; accesibilidad, para quienes no tienen destrezas para informarse y para que reclamar los derechos del consumidor no sea una penitencia que nos haga desistir en ello.