¿"Papá, por qué hay pobres"? A veces, sin esperarlo, la pregunta más inesperada te impacta como un obús. Coges aire, cuentas hasta cinco y tratas de explicar a un niño de seis años algo que, en pleno siglo XXI, debería estar casi desterrado pero que se ha convertido en una realidad cotidiana. Cada vez más. La respuesta no fue sencilla. Traté al menos de que mi hijo lo comprendiera, a sabiendas de las toneladas de inocencia que atesoran los pequeños a esa edad.

Los dos vimos a esa persona, un hombre de apenas 50 años que se encontraba sentado en una acera, con la vista perdida y el futuro robado, solo sostenido por un cartel que rezaba: 'Tengo dos hijos y he perdido el trabajo. Ayúdenme, por favor'. Volvimos a pasar frente a él unos minutos después, ya de vuelta al coche en aquella mañana fría del mes de abril. Nos detuvimos, saqué unas monedas del bolsillo. Se las di. Y se las entregó sin perder la mirada de su rostro. Y seguimos hablando.

La anécdota me viene a la cabeza con motivo de la celebración del Primero de Mayo, una fiesta que cada vez es menos fiesta porque las cifras del desempleo, los ertes y la pandemia han robado muchas sonrisas y han destrozado la economía de muchas familias y hogares. Solo las vacunas, la llegada de los fondos europeos y la supervivencia de las empresas pueden devolver, en parte, la alegría a los trabajadores. Porque muchas personas, como la que mi hijo y yo pudimos ver pidiendo limosna, tienen su futuro hipotecado.

No es sencillo explicar a un niño por qué hay gente pobre, pero él entendió perfectamente que cuando alguien no tiene, cuando alguien tiene dificultades o atraviesa por un problema hay que intentar ayudar. Y hoy, la única forma de que ese salvavidas llegue a los ciudadanos más afectados por el covid es la solidaridad.

Europa lo ha entendido. Va a inyectar a la economía 750.000 millones en los próximos años. Estados Unidos ejecutará el mayor plan de gasto público aprobado en la historia del país y, en general, las administraciones de los países, de comunidades como Aragón y de miles de ayuntamientos harán un gran esfuerzo para que nadie se quede atrás.

Pero eso solo será posible con recursos públicos que deben proceder de la actividad económica y de los impuestos que solidariamente pagamos los ciudadanos para reforzar el sistema sanitario y educativo, los servicios sociales, la formación, que ha de permitir insertar en el mercado laboral a los que se han quedado descolgados o han perdido el trabajo.

La supervivencia

Por eso me sorprende que el debate sobre la subida de impuestos sea un motivo de pugna electoral. Lo vemos ahora en Madrid, por ejemplo. Un argumento para robar votos al contrario mientras se pierden empleos y vidas por el camino.

El presidente norteamericano, Joe Biden, acaba de anunciar un incremento de impuestos a los más ricos y a las empresas con más beneficios. La viabilidad de las empresas depende del consumo de los ciudadanos y el empleo de los ciudadanos depende de la viabilidad de las empresas. Entendamos que el tejido productivo necesita ayudas directas para salir adelante porque estas no pueden caer. Son sistémicas. Porque sin trabajo no hay futuro.

Es el momento de no esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz. Es el momento de la solidaridad. Es una cuestión de supervivencia. Álex no lo entiende todavía. Quizá algún día