Aunque parezca mentira, la campaña electoral de la Comunidad de Madrid se ha convertido en una confrontación de conceptos ideológicos que el mundo arrastra desde finales del siglo XIX: democracia o fascismo, comunismo o libertad; que transciende sin duda este marco electoral. Con ello se evita hablar de lo que afecta realmente a los ciudadanos; la gestión de la pandemia, las ayudas a las empresas afectadas por cierres, el funcionamiento de las residencias en pandemia, las pruebas de test practicadas, los rastreadores del virus, las dotaciones de personal en los servicios esenciales, el número de fallecidos, la prevención de contagios, la vacunación que se está haciendo...

Los candidatos son el mensaje

Al final, entre tanto madrileñismo, libertad y fascismo, nos hemos quedado sin saber las alternativas que hay para saltar del penúltimo escalón del gasto sanitario en la comunidad más rica de España; o cómo mejorar la educación con menos inversión del país; o cómo reducir los alquileres por las nubes o la compra de viviendas libres más caras del Estado. Seguimos sin saber las causas por las cuales entre marzo y diciembre del 2020 fallecieron 16 personas dependientes al día sin llegar a ser atendidos, mientras las ayudas a domicilio para las personas mayores se reducían un 24%.

No se ha podido conocer el contraste entre las diferentes propuestas. Primero porque después de naufragar el debate de la Cadena Ser, no ha habido más; segundo porque leer los programas con una vida tan acelerada se hace imposible; y tercero porque todos buscamos atajos que nos acerquen a nuestro ideal, que nos suene bien lo que dice y lo podamos personificar en alguno de los candidatos.

Peculiar guerra

Hace un año que las encuestas ya recogían un enorme salto demoscópico en la intención de voto hacia Isabel Díaz Ayuso. Nadie pensaba en un adelanto electoral, pero más de un 35% de madrileños se identificaba con su peculiar guerra para diferenciarse del Gobierno central en las medidas contra el virus. Con ese sentido de la libertad en confinamiento, «las cañas después del trabajo», «el ocio imprescindible», «los bares abiertos», las terrazas a tope, los toques de queda siempre unas horitas más, los confinamientos selectivos, «poder cambiar de pareja y no encontrártela nunca más». Un personaje hueco, que no se priva de convertir el egoísmo en el paradigma de la libertad cuando dice, «por un afectado que haya por cada mil personas no se van a fastidiar los demás». Hasta la descabellada sintaxis de sus intervenciones forman parte del pack. El personaje se ha impuesto y ella es el mensaje, no necesita nada más para optar a ganar.

Le acompaña con el porte de monja alférez la representante de la extrema derecha, que con elegancia y brío es capaz de vender un piso sin célula de habitabilidad, tras la comunión y misa correspondiente, para después de una reparadora siesta, arengar a los suyos contra los menores no acompañados por ser un peligro para la seguridad de los ciudadanos. Ni los suyos conocen programa o alternativas. Les sirve su arrogancia, su crispación y su agresividad verbal. El odio que traslucen muchas de sus palabras vale más que las decenas de páginas de su programa electoral, si las tuviese.

Frente a este huracán poco puede hacer la actitud profesoral de un filósofo soso, serio y formal, como él mismo se define. Capaz de hacer de un mitin de campaña una lección magistral sobre la democracia. «La democracia es la consideración de que los demás también importan, de que el otro es siempre otro, que el otro también piensa, que el otro también sueña, que el otro también llora». «No es solo una forma de Gobierno, es una forma de vida». Decía más Ángel Gabilondo: «Nuestro problema es que nos quieren quitar la oportunidad de ser diferentes, de vivir diferentes».

El esfuerzo de una profesional sanitaria, que representa a Más Madrid, arremangada en los quirófanos contra el coronavirus, conocedora de las penurias sanitarias y comprometida con los madrileños a pie de tajo, difícilmente se abre paso entre los desvergonzados insultos y soflamas que todos los días le lanzan desde el poder madrileño y las cloacas xenófobas del extremismo derechista.

Caparazones

Los rayos de Júpiter no hacen mella en los caparazones protectores de la Puerta del Sol. El efecto de los primeros días va diluyéndose ante el asedio y acoso permanente al que someten a Pablo Iglesias desde todos los poderes. La cruzada planteada entre fascismo y democracia ha traspasado la campaña y los resultados electorales de esa comunidad, pero se abren nuevos tiempos para afrontar los regresivos cambios que la ultraderecha pretende hacer en nuestro país. Nada le será igual tras esta campaña.

Conocemos los candidatos, y hasta podríamos sintetizar alguna línea de sus propuestas, pero se han comido los programas y los contrastes de opinión, fomentando el caudillismo y el populismo, y eso debilita el sistema y achica la democracia. Para esto no se han concebido las campañas electorales.