Tienen razón los amantes de la tortura animal: la crueldad del toreo es una expresión artística. Como la guerra, el engaño, el latrocinio o el crimen, según expuso en el siglo XIX el escritor Thomas de Quincey. Hay que ser artista para conseguir que el toro sienta pánico, angustia y ansiedad extrema sin que se note; para que el insoportable estrés emocional al que se ve sometido en la plaza parezca rabia y bravura; para que el torero componga una estilizada silueta, digna de un cuadro de Ignacio Zuloaga, mientras a su lado estallan tendones, vértebras, arterias y nervios en el interior del martirizado y humillado animal tras la estocada final. El arte no tiene límites ni en la barbarie. Otra cosa es que se considere una alta expresión artística. Digamos, en este caso, que el toreo es a la pintura o a la escultura lo que la charanga de las fiestas de mi pueblo es a la música.

Al PSOE también le sobra arte: el suficiente como para jugar a dos bandas en cuestiones que ya hace tiempo debería haber superado. Por ejemplo, el maltrato animal. Los socialistas tienen el arte de pretender abanderar esa noble causa y, al mismo tiempo, abstenerse para permitir que las corridas de toros, con su cultura a cuestas, vuelvan a Televisión Española. Es como proclamar que eres vegetariano mientras te zampas un chuletón de buey; o como afirmar que a republicano no te gana nadie, mientras palmeas la espalda del monarca de turno. La proposición no de ley del PP sobre el regreso de la crueldad taurina a TVE se ha aprobado gracias a la abstención socialista. Algunos afirman que aún tiene remedio, que se puede rechazar. Lo que no tiene remedio es la histórica incoherencia del PSOE en determinados temas.