En esto de hacerse neorrural, si se lo está pensando, hay niveles. Algunos del país te dirán que solo hay dos tipos: la gente de bien y luego ya los jipis en un amplio espectro. No vamos a desmentir la teoría que para algo llevan los estudiosos del lugar más mili hecha que la cabra de la legión. No hagamos caso tampoco a los teleprogramas edulcorados que venden el dionisiaco perfil del que decide dejar el estrés de la ciudad para instalarse en la aldea, montar una casita rural de 300.000 euros de inversión o teletrabajar como director de márketing de una multinacional eslovaca. La vida neorrural es más compleja, variopinta y colorida... o eso quiero creer.

Pues hay una categoría reconocible de valientes que no solo deciden venirse al pueblo, sino a las afueras de las afueras del pueblo. Más o menos, donde Cristo perdió la alpargata y ya no volvió a buscarla porque le daba pereza. Entre encinas, jabalís y algún dominguero despistado. Porque por esos lares pasa el senderista maldiciendo la embarcada del Wikiloc pero no tanto la luz ni el agua. Hay que ser autosuficiente, ponerte una balsa que recoja la lluvia para tirar de la cadena del váter y unas placas solares para tener electricidad donde cargar ese móvil sin cobertura.

Son los pocos. Aquí la mayoría tiramos del grifo y el enchufe como buen hijo del consumismo liberal. Y, como en la ciudad, habrá que empezar a planchar antes de que cante el gallo.

Pero hay una ligerísima diferencia. Aquí, o cerca, hay un pantano tremendo que ordenó el pequeñajo que inundó las tierras de los abuelos, de los pobres, y mandó el pueblo al carajo con Bob Esponja. Que aquí las placas se miden en hectáreas y desmantelan trigo y alfalce como quieren evitar los bravos de La Fueva. Que las hélices no son de los alicoteros de la Base sino de turbinas de eólicas que crecen más que las amapolas. Esos molinos que matan rapaces y la vista del bonito paisaje. En Teruel salen más que boletus si nadie lo remedia.

Porque en la ciudad y en el pueblo subirá la factura igualmente aunque el gasto no será el mismo. Porque como sobra tierra y faltan escrúpulos o voces que protesten, pues aquí plantan de todo menos tomateras. Que la producción de la energía viene de donde viene, de ese mismo sitio donde aún te comes algún corte cuando hay tormenta, como esta semana. Que quizá si todos fuéramos como los de las alpargatas y nos hiciéramos un poco autosuficientes, os pusieran la plaquica en el cogote de la urba, seríamos menos esclavos de la plancha crápula. Malditos jipis.