Los miembros de la llamada Generación del 98 pasaron a nuestra historia por criticar la decadencia de España a finales del siglo XIX.

La creciente pobreza y la pérdida de las colonias combinaron por entonces una crisis económica e identitaria que condicionaría y abocaría a la nación a dos largas dictaduras, las de los generales Primo de Rivera y Franco. Todos aquellos clarividentes escritores del 98, Unamuno, Baroja, Ganivet… así como políticos igualmente preclaros, Emilio Castelar o Joaquín Costa, habían venido avisando de lo que se avecinaba.

Uno de ellos, y de los más lúcidos, Azorín, profetizó acerca de cómo, de acuerdo a qué cánones o parámetros se iría a caracterizar la sociedad del porvenir. Escribiendo lo siguiente:

«El goce instantáneo y brutal sustituirá a la delicadeza y a la perfección interior. La riqueza individual, y no la virtud, será la medida suprema del mérito de la persona. Un multimillonario valdrá más que un San Vicente de Paúl o un Francisco Giner. La meditación ante el destino humano será una inmensa locura. El pensamiento mismo llegará a ser abolido por el placer bestial».

Difícilmente se podrían resumir mejor los males que afectan a nuestro presente. El rampante hedonismo de nuestra sociedad actual ha ido demoliendo, crisis a crisis, los principios del esfuerzo y del mérito, toda virtud relacionada con el trabajo, el sacrificio, el sudor, para privilegiar y premiar el triunfo fácil, el dinero fácil, la cultura fácil, el empleo basura, la comida basura, esas vidas, tan simples y felices, de quienes no se plantean ni preguntan nada más allá de cómo obtener beneficio o placer a corto plazo, ahora, en seguida, ya…

Todos aquellos educadores y santos, poetas y místicos, tradiciones y principios que jalonaban los destinos de España se diluyen como azucarillos en la aguada de esta nueva y líquida sociedad donde nada permanece o se instala, salvo el inútil ocio con sus mil caras. Divertirse, disfrutar… he ahí los mandatos del presente, lejos del pasado histórico y a salvo de asechanzas futuras.

Una profecía, la de Azorín, que se está cumpliendo al pie de la letra. Probablemente, la única manera de superar esa pausa de ingravidez que nos inmoviliza sea con el motor del pensamiento, pero, ¿a quien le interesa viajar hacia las ideas?