Como los boleros, que tanto me gustan, voy a apagar la luz para pensar en ti. Pero en el caso de esta columna veraniega lo hago por el tarifazo que nos imponen las compañías eléctricas. En pleno mes de julio alcanzamos el máximo histórico, con una subida del 35%. Vamos por las habitaciones apagando las lámparas, obsesionados con los horarios punta, llano y valle para poner los electrodomésticos; como nos aconsejan los que se forran el bolsillo en los consejos de administración de las grandes empresas. Temblamos a la hora de rasgar el sobre con el recibo de la luz. Porque, claro, con 40 grados y en pisos de 40 m2 ya me dirán cómo se aguanta sin darle al aire acondicionado un rato. Y prohibido abrir las ventanas hasta la noche ya que el fogonazo de calor que sale del exterior te tumba en un segundo. No todo el mundo vive en un chalet aireado o en pisos de doscientos metros. Estos son los sustos que nos impone el mercado libre. El Gobierno no puede intervenir para regular estas subidas desproporcionadas porque lo tacharían de comunista; así que bajó el IVA para paliar algo la subida pero ni se nota. Es lo que tiene el capitalismo puro y duro.

Este verano que prometía algo de alegría se está presentando con dos picos preocupantes: uno, el de la luz. Y el otro, el de los contagios del virus y sus variantes. Se da el dato curioso de que España es el país europeo donde hay más personas vacunadas pero también más casos de contagio. Una fatal paradoja que solo encuentra su explicación o su causa en el contacto social. Una costumbre muy española. Totalmente desaconsejada, imprudente y peligrosa en tiempos de pandemia. Soy de la opinión de que faltó pedagogía, orden y mando cuando se anunció que se podía prescindir de las mascarillas en el exterior, y tímidamente se aludía a la responsabilidad del personal.

Sin duda poder salir a la calle sin ir enmascarados es un alivio y una felicidad, pero confiar en que la gente sabrá comportarse en todas las situaciones de convivencia social es de una ingenuidad cercana a la estupidez o a la dejadez del que gobierna poniendo en peligro el bien común, que no es otro que el mantenimiento de la salud de los ciudadanos. Hay que transmitir mensajes contundentes a la juventud porque no son inmortales o inmunes, como muchos se creen. Que se enteren de que ahora mismo los pacientes hospitalizados por covid tienen entre 27 y 37 años. Que sepan que estamos en un nuevo pico de pandemia y que todo puede volver a la oscuridad del confinamiento. Que se lo digan al joven sanitario a punto de perder la visión de un ojo al ser golpeado por un vándalo de 19 años (con antecedentes) que se molestó al recriminarle que iba sin mascarilla en el metro de Madrid. La pandemia sigue ahí y se necesitan medidas coercitivas y explicativas urgentes. Vuelvo en septiembre. Feliz verano y cuídense.