Es maravilloso tener gente alrededor que cree que eres mejor de lo que en realidad eres. A mí me pasa con el mecánico de mi coche, que siempre sobreestima mis capacidades y mi interés por el mundo del motor.

Cuando empieza el verano, llevo mi cochecito a repasar, en previsión de largos viajes al Pirineo, el mejor lugar del mundo mundial. Tras la última revisión, mi mecánico me dijo: «Menos mal que has traído el coche, porque tenías la rueda de recambio sin aire». Sí, menos mal, le contesté, poniendo cara de muchísimo alivio.

A la salida, mi marido, que me conoce mejor que el mecánico, me miró y me dijo: «No sabes ni dónde está la rueda de repuesto, ¿verdad?» Ejem. Ni confirmo ni desmiento. El caso es que, además de recomendarles mantener el coche a punto por si las moscas (tampoco cuesta tanto, de verdad, es una inversión que vale la pena), quería pedirles que hoy, en plena operación salida de agosto, sean (seamos) cívicos al volante. Porque cada uno tenemos nuestras fobias. A mí, que voy en coche pequeño, me adelanta todo el mundo por sistema. Pero ya lo tengo asumido.

Lo que peor llevo es eso de que se me pegue mucho a la trasera del coche alguien que me quiere adelantar. Lo vivo como una agresión, como un acoso.

Ojalá fuera legal que, al pulsar un botón, se encendiera un letrero luminoso en la luna trasera que pusiera, así bien grande: «Sepárate, gilipollas». Y perdonen el lenguaje. Pero es que creo que quien se comporta así, no entenderá ningún mensaje más sutil.

Pues eso, que en esta última columna antes de comenzar las vacaciones, les deseo buena conducción, mucha paciencia, civismo y educación (vale, borren lo de gilipollas). Que tenemos que encontrarnos aquí a la vuelta.