"Misión cumplida", dijo Antony Blinken, secretario de Estado y destacado miembro del lobby judío de Washington, al anunciar la retirada de Afganistán, dejando a los afganos a su suerte, su mala suerte; y añadió que «tomamos decisiones erróneas», prueba de la demostrada inutilidad de este político, ratificado por su presidente Joe Biden, otro inepto de consideración aclamado hace dos años por algunos como la esperanza del mundo libre.

La URSS invadió Afganistán a finales de la guerra fría, y lo ciscó todo; los soviéticos salieron por piernas, como los británicos en 1842 y los estadounidenses ahora. El gobierno de los Estados Unidos, falso «adalid de la libertad y defensor de los derechos humanos», creó, formó, equipó y entrenó a grupos tribales afganos radicales islamistas, los alimentó hasta convertirlos en monstruos y los aleccionó para que combatieran a la por entonces decadente Unión Soviética, entre ellos los talibán, sunnitas radicalizados que se hicieron con el poder.

Herido por los atentados del 11-S, Estados Unidos derrocó al régimen de los talibán e instauró un gobierno corrupto, integrado por señores de la guerra, criminales y delincuentes (lo cuenta y lo conoce bien el magnífico periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez) y formó un ejército incompetente y podrido que a las primeras de cambio ha demostrado su traición y su cobardía.

Ante tanto despropósito, en agosto los talibán entraron en Kabul, otra vez, y esta misma semana han acabado con los últimos focos de resistencia en el norte del país, donde quedaban algunas de las milicias entrenadas, equipadas y dirigidas por los Estados Unidos, bastante mal, dados los resultados (desde luego, les aseguro que el día que pueda comprarme un ejército lo último que haré será que lo entrenen los estadounidenses, que me lo llevan a la ruina).

«Misión cumplida» fueron también las dos palabras que pronunció, vestido de piloto de combate y sobre la cubierta del portaviones Abraham Lincoln en 2003, aquel tejano de limitadas luces llamado George W. Bush (hijo; el padre, también presidente, tampoco era una lumbrera) cuando dio por finalizada la guerra de Irak.

Cuarenta años después y más de ciento treinta mil millones de euros derrochados, Afganistán sigue viviendo una terrible pesadilla que protagonizan los talibán, pero que crearon y alimentaron los Estados Unidos. De esa tragedia se han aprovechado los grandes fabricantes de armas y proveedores de suministros del ejército estadounidense; para ellos, esta guerra ha sido un chollo.