Este mes comienza el curso. En la universidad seguimos con la semipresencialidad hasta que los de Sanidad nos den luz verde para volver a una cierta normalidad, porque seguiremos con las mascarillas. Es un artilugio salvavidas pero que nos impide conocer a nuestros alumnos porque solo nos vemos los ojos y así no hay manera. Entre la pantalla y la mascarilla no hay casi comunicación facial. Con las distancias y las cámaras permanecemos atados a la silla, y eso nos empobrece. Confío en que todo el mundo esté vacunado porque en la institución que se cultiva el conocimiento científico no caben negacionistas, ni ignorantes, ni indolentes. Tampoco los irresponsables de ninguna edad por lo espero que los «no pero sí» pilares que se está montando Azcón no tengan consecuencias y los epidemiólogos recuperen el optimismo con los datos de finales de Octubre y nos dejen volver a cierta normalidad. Por lo demás, sentimientos mezclados.

El optimismo de que se cumplió el compromiso de vacunación a pesar de los escépticos, gracias una vez más a los sanitarios. El optimismo de que llegan los fondos europeos y hay un Gobierno en Madrid que piensa en el bien común y no roba, ni organiza policías paralelas para salvar sus miserias, como sí hicieron los anteriores. Lo de Afganistán muy bien, lo de los niños de Ceuta, francamente mejorable y lo de la subida de la luz, pendiente de solución. Lo que definitivamente no tiene solución es el no a todo de Casado y sus huestes. No a cumplir la Constitución y renovar lo que legalmente hay que renovar. No a defender a España más allá de sus fronteras, no a marcar distancias con la extrema derecha, no a aceptar que está en la oposición, no a dar explicaciones sobre tanta corrupción amparada en sus siglas. Lo de siempre, vamos. Y lo peor, muere Javier Maestre, al que nunca se le reconoció como sin duda merecía.