Lo siento, Ayuso. Aunque no te lo creas, en los pueblos suspendidos en el vacío es más sencillo no encontrarte a tu ex que paseando por Atocha. Creételo, amiga. Mujer, si es la vecina, pues te doy la razón. Pero si no, con tanta gente, ajetreo, hay más posibilidad de un encuentro fortuito. Que el topetazo sea afortunado o no queda a la educación emocional y resolución de conflictos maritales de cada cual.

Es curioso cómo en sociedades tan diminutas puedes estar años sin toparte con alguien. No es lo normal. Sí pasa entre localidades cercanas. Porque para hacer la vida, como hay que desplazarte, te vas al sitio grande, al supermercado, al gimnasio o clase de zumba y quizá no pares tanto en el pueblete vecino. Si no eres de bares ya dejas de ver a la mitad de la comarca.

Esto provoca una situación que me resulta curiosa en el entendimiento de la conexión entre el neorrural y el autóctono. Puede pasar en la ciudad, en el barrio, no digo que no. Cuando transcurre ese periodo en el que no coincides, al volverte a ver, si encima han pasado meses, años o una pandemia, hay gente que se sorprende de que sigas vivo. La reacción habitual es «como no te veía pensaba que ya te habías ido». Lógico. Muerto o huido.

Esa sensación de fugacidad de los nuevos moradores es latente en algunos lugareños. Les entiendo. Hay mucho que viene a comerse el mundo y el mundo se los come a ellos. Mucho interino anual sin plaza. Mucho aventurero de paso. U otros que quieren y no pueden, derribados por una realidad que no sintoniza con sus sueños.

Recuerdo en mis primeros meses por la tierra cómo un convecino me razonó que no quería tener mucho contacto conmigo porque me cogería cariño y luego me iría. Ay eso de ponerse la tirita antes de la herida. Qué malo. No es un hábito aislado. Hay a quien no le apetece rejuntarse con la invasión, prefieren que les dejemos en paz y no entienden cómo paramos por ahí. ¿Qué habrá hecho este? ¿Y por qué aquí? Como si ese páramo fuera un imán para ex convictos.

Así que hoy quiero aplaudir a aquellos que rompen el hielo, que se salen de su círculo de conformidad para edulcorar la adaptación del nuevo, dar la bienvenida. Esos que te meten en un grupo de whatsapp de paseos, se quedan a una cerveza tras la pachanga, que te traen una calabaza, las pequeñas tenderas amables… Gracias a todos ellos que con empatía para comprender que venir a vivir a su pueblo no es aquello que nos cuentan, que romper el hielo es cosa de dos y no únicamente del nuevo. Adolfo, Eugenia, Carlos… Gracias.