Las apariencias son hijas de la envidia y precursoras del odio. No es que engañen, sino que son la mentira más tramposa. Exponer la sinceridad de una falsedad es honesto. Disfrazar el engaño con celofán de certeza es malévolo. La apariencia forma parte del convenio social por el que admitimos que nos engañen, a cambio de poder engañar al resto. Así, los inocentes pican y los hábiles ponen el anzuelo. Aceptamos que los listos son los que tiran la caña y los ingenuos los que acuden a buscar su comida. Nos gusta depositar la responsabilidad del fraude en la víctima y no en el culpable. Invertimos mucho tiempo en salvar las apariencias con disimulos. Tanto, que desconocemos nuestra vida real.

Apariencias

Aparentamos estar contentos en el trabajo, por miedo a que nos echen. Nos mostramos felices en familia, aunque los niños o la pareja no nos dejen disfrutar de nuestra mismidad. Estamos a gusto con los amigos, no sea que los perdamos. Y gastamos lo que no tenemos, no vayan a pensar que somos tan pobres como nuestra cuenta corriente. Al menos, no tenemos que aparentar alegría el día que nacemos llorando. Ni disimular la emoción el día que nos marchamos.

Hay quienes viven de las apariencias y quienes conviven con ellas. Nuestra mayor contradicción hace que la vida sea pura apariencia. Es lo que le pasaba a Bruce Willis en El sexto sentido (1999), aparentando estar vivo. En psicología vemos a personas que, estando mal, aparentan felicidad. Y a quienes estando bien, siempre parecen estar mal.

Los primeros demandan cariño y los segundos atención. El tratamiento de este comportamiento disfuncional es muy similar al que necesita el adecuado cuidado de nuestra piel. Las apariencias son un maquillaje necesario para un mundo tan impresionable por la buena imagen. Pueden resaltar nuestro mejor perfil y esconder imperfecciones que todos tenemos. Pero no es bueno acostarse con uno mismo, sin antes desmaquillarse adecuadamente con una buena leche limpiadora de personalidad.

La clave es mantener sano nuestro cutis personal, por muchos brillos que nos pongamos. Si no nos diferenciamos de nuestra imagen, corremos el riesgo de que nuestra personalidad se levante, cada día, con el maquillaje corrido, los ojos de mapache y el cabello de escopeta.

La política tiene apariencia de poder. El PP ha aparentado unidad en la plaza de toros de Valencia. Ha mostrado más convención que convicción. Su lema, «creemos», lo dice todo. Más fe que esperanza. El diseño del cónclave ha sido bíblico, aunque con más protagonismo para el viejo testamento de Rajoy. Han seguido el «modelo Jericó» para tomar el gobierno. Siete vueltas de reuniones por el país, para derribar los muros de la Moncloa. Ayuso se apareció al líder conservador y le reveló que se quedará en Madrid. No dijo en qué parte de la capital armará el belén. El final fue de apocalipsis popular, con un Casado tocando las trompetas de Vox.

Un gobierno debe gobernar para todos, aunque nunca gustará a todos. Los disgustados son un buen termómetro de progreso.

El jueves se aprobó el proyecto de presupuestos con la mayor, y más social, inversión de la historia. Un acuerdo que fortalece la coalición del Ejecutivo y el tándem de Pedro Sánchez con Yolanda Díaz. Sube el impuesto de sociedades y se penalizan las casas vacías y a quien tenga más de diez pisos en alquiler. El PP no lo aplicará donde gobierna. ¡Como si ahora hicieran algo diferente!

Comprendo que todos mis lectores afectados se enojen. Lamento el disgusto de los 57 grandes acaparadores de pisos en Aragón. Puede que en el futuro no voten a la izquierda. Si lo hace parte del millón de aragoneses restante, habrá merecido la pena el esfuerzo para seguir progresando.

El bono cultural de 400 euros a los mayores de 18 años es todo un guiño al votante joven de 2023.

A los que aparentan patriotismo les duele aportar más a su país, con impuestos, por mucho que les sobre.

Comienzan las «no fiestas» del Pilar más festivas, o las fiestas menos festivas. Entre el «quiero y no puedo» de Azcón y el «puedo y no quiero» de Lambán, nos movemos en unos Pilares de pura apariencia. La fiesta es tumultuosa por definición. Tras un año de soledad festiva, nuestro instinto social nos llevará a juntarnos como sea y con lo que sea. Menos mal que la unidad de «botedrones» vigilará las aglomeraciones. Eso sí, tendremos fútbol festivo el lunes en La Romareda. El Zaragoza, que aparenta ganar, se enfrenta al Huesca, que aparenta jugar. Los aficionados, haremos como que nos ilusionamos.