Una de las normas, derivada de la aplicación de la nueva ley de educación, más criticada socialmente ha sido la prohibición encubierta de repetir curso y la obtención de títulos con asignaturas suspensas. A continuación trataré de presentar la parte positiva y negativa de dicha norma, basándome para ello en los resultados de la investigación más fiable (las referencias concretas de esas investigaciones pueden consultarse en mi libro titulado 'La escuela organizada sobre mitos'. (La Muralla, 2018).

Todos los estudios empíricos que han analizado los efectos que tiene la repetición de curso coinciden en que es perjudicial para los alumnos no promocionados. En general, los estudiantes repetidores muestran un rendimiento académico menor, un autoconcepto más bajo y una actitud menos favorable a la escuela que los que promocionan al siguiente nivel aun teniendo algunas lagunas en el dominio de contenidos y de competencias no fundamentales para el rendimiento académico posterior (de ahí, la importancia de un diagnóstico curricular diferencial). Además, en la práctica totalidad de los estudios se constata una menor valoración de los alumnos repetidores por parte del profesorado, lo cual incide en que bajen sus expectativas de éxito. Por otra parte, los resultados muestran de manera abrumadora que la repetición de curso favorece el abandono de la escuela antes de terminar el período obligatorio, o nada más cursar el último año de dicho período. Es más, los investigadores que encontraron algunos efectos beneficiosos de la repetición de curso durante el año siguiente, concluyeron afirmando que esos beneficios desaparecen pasados dos años de la repetición.

Gregor

Las dos razones que dan ciertos expertos para defender la repetición de curso son: que esa práctica contribuye de forma muy notable a la homogeneización del alumnado en cada aula, permitiendo así abaratar los costos de la enseñanza, ya que un profesor puede atender a un mayor número de estudiantes; y que hace más fácil la labor docente. Me gustaría demostrar que la homogeneidad del alumnado en las aulas no solo ha sido una de las mayores lacras de los sistemas educativos, sino también una de las profecías que jamás se cumplen, pero no dispongo de espacio para ello.

También ha sido ampliamente demostrado que la repetición de curso tampoco beneficia a los profesores, pues si bien es cierto que les permite quitarse de encima a los alumnos que les plantean problemas, ese hipotético beneficio es bastante temporal, ya que en la mayoría de los países donde la repetición de curso es legal solo se permite repetir una vez a lo largo de la escolaridad obligatoria, con lo cual un año más tarde esos alumnos caen de nuevo en las manos del profesorado que los marginó. La única defensa real que posee la repetición de curso es el papel que las escuelas tienen en la legitimación de las diferencias entre clases sociales (no se olvide que, al igual que sucede con el fracaso escolar, la mayoría de los estudiantes repetidores pertenecen a familias con bajos niveles culturales y económicos).

Para atajar la alarmante situación de fracaso escolar masivo que se da en ciertos países, entre los que por desgracia hay que incluir al nuestro, se han experimentado diversas soluciones. La más defendida por los expertos es la recuperación continua de ese alumnado, tanto a lo largo del curso como durante las vacaciones estivales, mediante una intervención sistémica, consistente en la implementación de programas de refuerzo pedagógico individualizado y de adaptaciones curriculares que impliquen una modificación significativa de la metodología, junto con un apoyo psicológico personalizado al alumno y a la familia. Evidentemente, este planteamiento implica una mayor inversión pública que permita la contratación de profesores ayudantes y de psicopedagogos en las aulas. Cuando la recuperación no es posible, a pesar de dichas ayudas, ese alumnado entra en los circuitos de la educación especial.

Por el contrario, la solución menos eficaz y, por tanto, la más criticada por los expertos es la promoción automática de curso o de ciclo sin haber empleado todos los recursos posibles para la recuperación, como asimismo el regalo de titulaciones a quienes no han alcanzado los niveles mínimos, después de haber sido evaluados de forma imparcial y rigurosa. Esta última solución, que es la impuesta recientemente en nuestro país, no solo no beneficia al alumnado sino que además se convierte en demagógica, ya que infravalora socialmente las titulaciones y logra que esos estudiantes sean pasto del fracaso escolar más absoluto cuando ingresan en instituciones educativas de un rango superior.