La violencia es tan mala como su utilización política. En los últimos días asistimos a una escalada de mensajes en esta dirección fruto de una serie de sucesos que han ocurrido en España y también en concreto en Zaragoza. El líder de Vox, Santiago Abascal, le decía esta semana al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados: «No puede haber barrios ni calles seguras si no hay fronteras seguras. ¿Usted sabe lo que ha pasado en España en las últimas semanas? ¿Sabe usted que un policía nacional ha sido pateado y enviado al hospital en Zaragoza sin que ni siquiera se atreviera a defenderse por si acaso le organizaban ustedes un juicio mediático? ¿Sabe usted qué es lo que ocurre cuando el foco mediático se aleja de estos casos? Que los agresores, que los delincuentes, si es que han sido detenidos, ya están en la calle cometiendo nuevo delitos. Que es probablemente lo mismo que pasará con el agresor de Zaragoza, si finalmente es detenido, porque ya sabemos que aquí a los que patean a los policías se les premia. ¿Saben ustedes quiénes son los culpables de lo que está ocurriendo? Los culpables son los que les llaman a España, los que les pagan las ayudas que no llegan a los españoles, los que hacen las leyes de la impunidad, los que dejan a los policías indefensos en España. Los culpables se sientan en este banco azul» (escaños del Gobierno en el Congreso). El día siguiente a esa agresión, una concentración en la puerta de la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza reunía a muchos compañeros del cuerpo en solidaridad con el agente herido y llamó la atención el número de políticos del PP aragonés que secundaron esa protesta. Hay que tener cuidado con crispar, dividir, odiar, confrontar innecesariamente desde el campo político justo cuando los acontecimientos ocurridos son fruto de acciones delictivas.

Por eso de que toda violencia es rechazable habría que pedirle a partidos como el ultraderechista Vox que cualquier tipo de acto violento debe ser condenado. También, por ejemplo, aquellos que afectan a muchas mujeres y sería bueno que políticos como Abascal se sumaran a esos minutos de respeto y repulsa que se organizan en las ciudades cuando una mujer ha sido atacada solo por el hecho de serlo. Utilizar la violencia para hacer oposición debe ser también descalificado por la sociedad. No se pueden poner en valor, como hizo la oposición de derechas, hechos como, por ejemplo, los abucheos que recibió el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, el pasado 12 de octubre en Madrid en los actos militares con motivo del día de la fiesta nacional. Si esto sucede, y es cierto que ocurre, algo estamos haciendo mal y habría que reflexionar qué pasa para que esto suceda. Porque los datos son los que son y pese a que en los últimos días en Zaragoza se han condensado las noticias sobre agresiones a policías y otros actos violentos, no se puede decir que la capital aragonesa sea una ciudad insegura. Ni en general España. En el primer trimestre de este año los datos nacionales hablan de la criminalidad más baja de la serie histórica. Además, ha habido en todo el país un 38% menos de hurtos, un 32% menos de robos en viviendas y un 30% menos de sustracciones de vehículos. El riesgo cero no existe, pero tampoco se puede alarmar a la ciudadanía. El propio ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, dijo esta semana en Zaragoza que no han crecido en España en los últimos meses las agresiones a agentes de los Cuerpos de Seguridad del Estado, a pesar de que los sindicatos policiales estiman que a final de año habrá más que el año pasado. Simplemente hay una coincidencia en el momento en que ocurren los distintos actos.

En cualquier caso, sí que hay un problema de convivencia que choca con el concepto democrático. Todos tenemos los mismos derechos y no se puede agredir por agredir a ninguna persona. Lo sucedido el domingo en un autobús de Zaragoza es un claro ejemplo de que no se respetó el principio de autoridad de un agente de la Policía y que hay personas que abusan de la libertad que todos tenemos. Es la utilización especial que hacen algunos de nuestros derechos constitucionales. Son conceptos narcisistas de la vida de una serie de individuos, claramente los menos, que se permiten hacer lo que quieren por encima de cualquier persona y situación. Pero esto no significa que haya una inseguridad general y, ni mucho menos, que todo tenga que ver con la entrada de gente de otros países. Por eso es necesario no agitar desde las tribunas políticas discursos que alimentan la alteración de la convivencia. «Le pido que, como padre que es usted, se ponga en la piel de esos padres que tendrán que recibir en sus casas a su hijo con una cuchillada en el cuello o a su hija violada por aquellos a los que ustedes llaman y mantienen. Le pido que usted hable como padre». La frase de Santiago Abascal dirigida al presidente Sánchez hace un flaco favor a ese espíritu con el que todos debemos compartir las ciudades, los servicios públicos, los bares o los centros de trabajo. Ni esa utilización política, ni juicios mediáticos que solamente añaden crispación son buenos para rebajar la tensión. Simplemente la elevan.