A veces me planteo cuál es el papel actual de la Filosofía y su futuro inmediato. Del futuro a medio o largo plazo ni siquiera me atrevo a pensar. A ese respecto he llegado a preguntarme incluso si sería correcto hablar del «fracaso de la Filosofía». Ya perdonarán si la escribo con mayúscula desobedeciendo la regla de la RAE, no es sino un intento de devolverle la magnitud que merece. Curiosamente, o tal vez no tanto, esa duda no existe en relación a otras disciplinas, no desde luego por lo que a las tecnológicas se refiere y tampoco, afortunadamente, se proyecta sobre otras de las ramas de humanidades o sociales.

¿Por qué entonces la Filosofía aparece y desaparece cíclicamente de la agenda de los responsables políticos de Educación? ¿Qué hay detrás de la reducción de su presencia en los planes de estudios o de su súbito incremento? Creo que, por un lado, se decide que, si hay que elegir a causa de lo ajustado de calendarios y horarios, puestos a sacrificar pues que sea la Filosofía. La llegada o el crecimiento en número de horas o de créditos de asignaturas consideradas metodológica y transversalmente básicas como la informática o los idiomas complica el espacio de otras que, como la Filosofía, no reportan una utilidad práctica tan clara o inminente.

Ese examen y sospecha permanente a la que se somete a la Filosofía, tanto por parte de los poderes púbicos como de los partidarios de un utilitarismo pragmático, que identifica el tiempo de la formación con el tiempo dedicado únicamente al acopio de competencias prácticas, llegando a considerar el resto como un aditamento del curriculum vitae, cuando no, como he llegado a oír, una «pérdida de tiempo», es en buena medida responsable de que la reflexión, y con ella la lucidez que suele acompañarle, vaya desapareciendo ya no solo como acción sino como virtud. Tal y como yo lo veo, no solo ciertas especies de flora y fauna corren riesgo de extinción, también algunas de las actividades asociadas al hombre desde que es tal. Tengo para mí, que dedico buena parte de mi tiempo a esa compleja y fabulosa materia que se llama Filosofía del Derecho, que en el ámbito jurídico como en el resto de los ámbitos de alcance humano somos hijos de nuestras decisiones y no padres o creadores de ellas como, en primera instancia, pudiera pensarse. Hijos de nuestras decisiones porque de ellas nacen formas de ser, de crear, de entender, de vivir, en definitiva.

Ese desaguisado que generamos

Es por ello por lo que me parece que, al vislumbrar, en las generaciones y promociones de estudiantes más jóvenes, por supuesto hablo en general, una falta de interés y curiosidad por la consideración de por qué somos lo que somos y por qué hemos llegado a serlo, con la consiguiente indolencia hacia la condición humana, revisamos aquellas decisiones y decidimos que tal vez la Filosofía y con ella otras ramas del pensamiento sean más necesarias de lo que creímos y reflejamos en los planes de estudios promotores de ese resultado. Por ello les «devolvemos» parte del tiempo que les sustrajimos con la esperanza de que, rápidamente, arreglen ese desaguisado que generamos. Pero no solo eso, también considero que hubo un fallo de cálculo, pues niego su premisa mayor, y es que no puede existir esa concreción práctica y técnica que tanto ansían sin reflexión y pensamiento abstracto previo, que se lo digan si no a los filósofos y científicos a los que debemos el habernos traído hasta aquí.