Paseando por Zaragoza, la vista se me va hacia cualquier lado. Es fácil ver detalles curiosos a poco que uno se fije. Por ejemplo, en el edificio del Paraninfo (la antigua Facultad de Medicina y Ciencias), al lado del inicio de la calle Doctor Cerrada, se distingue en la fachada un medallón con el teorema de Pitágoras. Se ve un triángulo rectángulo (con uno de sus ángulos recto o de 90º), con tres cuadrados sobre sus tres lados. El área (o la superficie) del mayor de ellos es igual a la suma de las áreas de los otros dos más pequeños. Como el área de un cuadrado es su lado al cuadrado, otra forma de expresar el mismo teorema es diciendo que el lado mayor, que se llama hipotenusa (vaya nombre chulo; en mi próxima novela quiero llamar así a la protagonista); la hipotenusa al cuadrado, ya digo, es igual a la suma de los cuadrados de los dos más pequeños, que se llaman catetos. Es uno de los resultados de matemáticas más conocidos. Tan conocido que, si preguntara a cualquier persona por la calle si sabe qué teorema es el que luce en la fachada del Paraninfo, me respondería sin dudar: «Chico, el de Pitágoras, que pareces nuevo». Se lo pregunto en verdad a un hombre que pasa por delante y se queda mudo, aturdido. «¿El teorema de…?», le digo, tirando de su memoria estudiantil. Me recuerda el chiste sobre la divina comedia. «¿La divina…?». «Que no lo adivino, oiga, que no lo adivino». En cualquier caso, hace mucho bien a la ciudadanía que se encuentre el teorema tan visible. La gente camina cabizbaja, pensando en sus problemas, en la pandemia, en el cambio climático, en el Real Zaragoza que sigue en segunda, cuando de pronto, alzan la vista, se encuentran con el teorema de Pitágoras y se dicen para sí mismos: «¡Menos mal! Algo de razón aún queda en el mundo». Eso les reconforta y siguen caminando con una media sonrisa.