En 'Las formas elementales de la vida religiosa' (1912) Durkheim explicaba que la religión proporciona seguridad emocional al compartir experiencias con muchas más personas. Acuñó el término «efervescencia colectiva». Es esa alegría compartida ya no con la religión, esto sucede cada vez menos dada la secularización imperante, sino con muchas experiencias compartidas con otras muchas personas, como un acontecimiento deportivo o un concierto.

Compartir experiencias y emociones tan intensas como para que se produzca la «efervescencia colectiva» es algo de lo que, con la pandemia, andamos un poco escasos. Es verdad que son momentos, experiencias pasajeras, porque no se puede estar permanentemente en «modo efervescente». Pero a la vista de lo que está pasando en Europa con el covid, en países más ricos, más desarrollados y con ciudadanos a los que se les suponía más educados, más responsables que nosotros, me parece que los españoles podíamos sentir ese estado efervescente y compartir la emoción de pertenecer a un país que ha alcanzado niveles de vacunación como pocos y que sigue sin bajar la guardia, por más que siga habiendo ignorantes e insolidarios antivacunas.

Y la emoción también de disponer de un sistema sanitario y de unos profesionales que han estado a la altura de las circunstancias, a pesar de que sigan siendo objeto de recortes, y de que en algunas comunidades los planteamientos neoliberales de las mediocres derechas estén destruyendo concienzudamente todo lo que es público, lo que nos pertenece a todos.

La Comunidad de Madrid es un caso paradigmático. Es un hecho innegable desde hace años: quieren destruir los pilares del Estado de Bienestar, todos si pudieran. Persiguen el triunfo del individualismo y del mercado frente a lo colectivo. No quieren sentir otra emoción que la de ganar dinero y lo demás es puro postureo para conseguir la complicidad de incautos e ignorantes.