La primera vez que oí hablar de negacionismo fue cuando a unos tipos muy especiales les dio por negar el holocausto judío, ignorando la historia, los crematorios y el dolor. Negar es tan fácil como espetar, frente a las evidencias, «pues yo digo que no pasó». Ya está. Siendo tan sencillo, no es extraño que el negacionismo se fuera extendiendo a otros frentes: la redondez de la tierra, el calentamiento global, la existencia de una pandemia que se ha llevado millones de vidas y etc. Se niega y punto. Parecía una cosa más bien de derechas, pero aquí todos aprendemos, así que ahora algunos niegan la cultura de la cancelación mientras la ejercen, y se quedan tan anchos. Es algo ilógico, pero por desgracia lo lógico y lo real no siempre coinciden. Nacional e internacionalmente hemos visto con estos ojitos cómo se les daba para el pelo a gentes bien diversas a las que por cualquier razón se las sentía lejanas y algo desafectas al Correcto Pensar, esa nebulosa Constitución no escrita cuyos artículos se van descubriendo sobre la marcha sin que nadie sepa muy bien quién los ha aprobado. Ha sido especialmente sangrante con algunas mujeres en el plano internacional y tiene con Ana Iris Simón su víctima preferida en el nacional.

En la fórmula de este perfume, desconozco qué porcentaje hay de envidia, de sumarse a picar en la herida ya abierta por otras gallinas o de simple rabia fundamentalista contra quien se sale un poco, un poquito nada más, del tono, los temas y las formas que según algunos deberían imperar. Pero claro, las formas también son contenidos. Ahí tienen razón. En el evidente machaque a los demás, creo que no. Empezamos no dándole importancia a lo que parecían onanismos mentales, pero, ay, como dice mi amigo José Ángel Sánchez en un palíndromo glorioso «Ojo con Onán: es enano, no cojo».