Les voy a confesar algo personal. Lo que más me repugna en la vida, lo que realmente no puedo soportar es que se abuse de los menores. En cualquiera de sus formas, física, psicológicamente, a través de violación o la pornografía. Absolutamente en todas sus manifestaciones. Y por eso esta no es ni la primera ni la última vez que me leerán escribiendo sobre el tema. ¿Saben lo que significa que se denigre a un menor? Que se rompa su vida para siempre.

Andamos ya desde hace años con el temita de la Iglesia y su rol de avestruz en el asunto. Desde luego que no todos los miembros de esta Iglesia son unos asquerosos abusadores y que la institución tampoco lo es, sino que lo son las personas que han cometido esas repugnantes acciones, pero... ¿Poner palos en las ruedas de la investigación?, ¿invitar al silencio? ¡Por el amor de Dios! ¿Me quiere explicar alguien en qué capitulo, versículo o párrafo de la Biblia se alienta ese comportamiento y ese ocultamiento? Porque o yo me he leído otro libro o la justicia social y la protección a los más débiles es el leitmotiv del cristianismo.

Ahora dice la Conferencia Episcopal Española que, miren ustedes, estos temas no se pueden politizar y que por ello no quieren que se lleven a la Cámara Baja. Pero oigan, que la Cámara es la representación de la ciudadanía legítimamente elegida. Que sí, que no les voy a quitar la razón de que con el nivel político que tenemos, algunos no están muy a la altura ni de esta investigación ni de otras, pero son los que hemos votado, así que deberían de callarse y con más vergüenza que otra cosa salir y responder ante la sociedad.

Por supuesto que también ante los Tribunales, donde deberían ir quienes cometen semejantes atrocidades, quienes matan en vida a niños indefensos, porque lo de no matar desde luego que debe de ser un mandamiento para cristianos y no cristianos, pero también hay muertos vivientes y esos son las víctimas de los abusos que muy pocos de ustedes han cometido y otros han consentido.

Y sí, digo muy pocos, porque lo que no se merecen los otros miembros de la Iglesia es acabar valorados por creyentes y no creyentes como si todos fueran en el mismo saco y con el comportamiento de algunos de sus jefes van a acabar lográndolo.

Pero vamos, que esta animadversión no solo me la provoca la Iglesia sino cualquier persona o mejor dicho, monstruo que abuse de la debilidad de los pequeños.

Desde mi rincón alzo la voz para decirles que no podemos vivir ajenos a los ataques a menores, no podemos consentirlos, los cometa quien los cometa y tenemos la obligación de denunciarlos y de exigir al legislativo que ate bien en corto a los depredadores para que no tengan margen, para que reparen el dolor de sus víctimas si es que es reparable.