El jueves 3 de febrero vivimos un momento de esos que solemos calificar como históricos. En el Congreso de los Diputados se votaba la convalidación, o no, del Real Decreto-ley 32/2021 de 28 de diciembre sobre el mercado de trabajo. Califico lo ocurrido como histórico por varias razones, entre ellas que es la primera vez que se produce una votación así. De todas las lecciones que se pueden sacar de lo ocurrido yo me voy a fijar en una que sorprenderá a muchos: el azar. A mi juicio el que esa norma se haya convertido en permanente en nuestro ordenamiento jurídico es de gran trascendencia y espero que el transcurso del tiempo me dé la razón. Creo que las innovaciones incorporadas al estatuto de millones de trabajadores van a ser positivas y el que las organizaciones empresariales y sindicales la hayan pactado con el Gobierno da buena cuenta de ello.

Y su convalidación se ha producido por azar. Tras la compra de dos votos, no creo que se pueda definir con otro calificativo lo ocurrido con los diputados de UPN, solo un error de un parlamentario del PP, Alberto Casero, ha permitido la mayoría favorable al contenido de la norma. Y, extraña casualidad, el azar, ha conseguido el fin deseado por el Gobierno.

A lo largo de nuestra vida la suerte interviene mucho, aunque no nos demos cuenta. Maquiavelo, el autor de El Príncipe, obra de cabecera de todo político que se precie, afirma que dos son las condiciones idóneas para triunfar en política: suerte y virtud. Preparación, por tanto, pero sin suerte no se triunfa. El azar. El relato que voy a hacer a continuación es verídico, nada de ficción. Se trata de un hecho ocurrido hace muchos años y que, a la larga, tuvo unas consecuencias magníficas para todos nosotros.

Sabino Fernández Campo ha sido un personaje muy positivo en la historia de España. Esta afirmación solo la discuten los franquistas y quienes abrazan ideologías de extrema derecha. Veamos un episodio de lo que sería con el paso de los años una trayectoria de servicio público intachable.

Algunos soldados que combatieron en la guerra civil a las órdenes del alférez provisional Fernández Campo me contaron en su día que fueron muy afortunados. Frente a otros compañeros que se quejaban amargamente de sus jefes, de su ineptitud, ellos habían tenido la suerte de contar con uno magnífico. Sabía eludir los riesgos más graves y daba las órdenes de forma concreta y acertada. Al finalizar la contienda pudo haberse quedado en Infantería, el Arma en la que combatió, donde habría hecho una magnífica carrera, seguro, dadas sus dotes y brillante capacidad de estudio. Pero decidió ir a uno de los Cuerpos del Ejército de Tierra, el de Intervención, donde sus inclinaciones al conocimiento del Derecho y de la Economía le llenaban más. En su Oviedo natal, o cerca, pasó los primeros años de su vida, una vez finalizada la guerra y obtenido el empleo de teniente. Pudo permanecer allí hasta 1956 cuando el ascenso a teniente coronel le obligó a ir destinado a Madrid, al ministerio del Ejército, a la dirección general de Armamento y Material.

Transcurridos unos meses ocurrió algo que iba a cambiar su vida y, a la larga, la nuestra. Era ministro del Ejército el teniente general Antonio Barroso Sánchez-Guerra y su ayudante llamó a Sabino para que fuera a verle y, le avisó, «ya puedes ir lavándote, te va a caer una buena». Con nerviosismo, por la advertencia, entró a ver al ministro y escuchó en perfecta posición de firmes lo que este le dijo. Enseguida se tranquilizó ya que lo que su superior le decía no tenía nada que ver con él, alguien se había equivocado y el error que el ministro le atribuía era de otro compañero, el de Transmisiones. Acabado el chorreo y con la tranquilidad de que no iba con él, se permitió pedirle al general Barroso permiso para decirle algo. Se lo dio. Lo que comenzó a explicar captó la atención del ministro y le invitó a sentarse. Cuando salió del despacho, ante el asombro del ayudante que no estaba acostumbrado a audiencias largas, le comunicó a este la orden que el ministro le había dado: desde el próximo lunes pasaría a estar destinado en su secretaría particular. Por esta casualidad, el error de quien identificó a un interventor en vez de a otro, Sabino Fernández Campo pasó los siguientes 20 años en la secretaría de los sucesivos ministros, todos lo mantuvieron en ese cargo de confianza, y así pudo conocer personalmente a los que serían los más altos mandos del ejército durante la transición.

Afortunadamente para todos nosotros el 23-F pudo actuar como lo hizo gracias a ese conocimiento. El azar.