El pasado 28 de enero fallecía, en el hospital Gómez Ulla de Madrid, Juan Manuel Igualada Marín, el último soldado de reemplazo que continuaba, desde hacía 27 años, haciendo «la mili» en España.

El joven conquense, que en 1994 tenía 18 años, había entrado en quintas en aquel año –coincidiendo con su mayoría de edad– y según la ley vigente, le tocaba (al igual que a otros 210.000 jóvenes en aquel año) hacer el servicio militar obligatorio (SMO) es decir, la mili, durante 12 meses. En el tradicional sorteo de reclutas Juan Manuel salió destinado a Ferrol, sirviendo en la Armada como infante de marina.

Con un sueldo de 1.500 pesetas al mes (es decir, 9 euros, la escuálida gratificación que, aún en 1999, percibían del Estado los soldados de reemplazo) la mili de Juan Manuel podía haber sido igual de provechosa (a pesar de su carácter obligatorio) a título personal y fructífera para la nación (la ley 6/1980 establecía que las Fuerzas Armadas, a requerimiento de la Autoridad Civil, podrían colaborar con ella para casos de grave riesgo, catástrofe o calamidad, y cualquier otra necesidad pública) que la del resto de sus compañeros.

Gregor

Estado vegetativo

Sin embargo, la vida del joven soldado quedaría truncada cuando, al poco tiempo de su incorporación a filas y en el transcurso de unas maniobras, sufrió un grave accidente, de resultas del cual quedó en estado vegetativo permanente.

Durante casi tres décadas, la Sanidad Militar asumió los cuidados médicos del soldado Juan Manuel Igualada en el Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid, en donde desde el primer momento se le ingresó, y siempre bajo las atenciones y desvelos de su madre, Milagros, quien no dudó en abandonar su trabajo en Cuenca para trasladarse a Madrid, permaneciendo al lado de su hijo durante casi tres décadas, siempre con la esperanza del milagro de su recuperación, que finalmente no se produjo.

A lo largo de sus muchos años de existencia, fueron también muchos los jóvenes que perdieron la vida mientras realizaban la mili

Sin embargo, el caso de este joven ha sido algo excepcional y muy relevante, ya que, a pesar de que hace más de 20 años que se promulgó la suspensión del servicio militar obligatorio en España, Juan Manuel Igualada ha seguido figurando en el seno de las Fuerzas Armadas como soldado de reemplazo. De manera que ha sido el último español en hacer la mili.

El inicio del SMO se remonta en España al 13 de noviembre de 1770, fecha en la que Carlos III promulgó la Real Ordenanza sobre el reemplazo obligatorio anual del Ejército. Desde entonces y durante 231 años (hasta el 31 de diciembre de 2001, bajo la presidencia de Aznar, quien lo suprimió mediante un Real Decreto publicado el 10 de marzo de aquel año) los jóvenes varones españoles, desde su mayoría de edad, tuvieron la obligación de hacer la mili.

El último quinto en jurar bandera

El tiempo de su duración osciló desde los casi 5 años, tras la guerra civil, hasta el año y medio, desde 1968; un año, desde 1984 y 9 meses desde 1991, que es lo que duraba la mili en 2001, cuando dejó de ser obligatoria. De tal modo que, el 1 de enero de 2002 las Fuerzas Armadas de España pasaron a estar integradas por soldados profesionales, cuyos primeros integrantes llegaron a convivir, durante unos meses, con los últimos soldados de reemplazo. Oficialmente, el último quinto en jurar bandera (lo hizo en Almería, el 26 de mayo de 2001, coincidiendo con la celebración del día de las Fuerzas Armadas) fue un joven asturiano de 18 años, José Luis Betolaza González, quien salió destinado a la Legión.

Tras finalizar el SMO, a los jóvenes se les daba «la blanca» (la cartilla del servicio militar, que era de color blanco, de ahí su nombre) en la que constaban las situaciones de disponibilidad y actividad del recluta durante el tiempo de su servicio en filas, hasta su licencia. Pero tampoco ahí finalizaba el joven el SMO, pues pasaba a la situación de reserva, con la obligatoriedad de sellar anualmente la cartilla militar en su centro de reclutamiento, hasta cumplir los 44 años, edad en que, entonces sí, obtenía la licencia absoluta.

A lo largo de sus muchos años de existencia, fueron también muchos los jóvenes que perdieron la vida mientras realizaban la mili (ya en accidentes de carretera, durante los desplazamientos desde los cuarteles a sus casas, ya en accidentes ocurridos durante la realización de maniobras militares –como fue el caso del malogrado Juan Manuel Igualada– ya por atentados de la banda terrorista ETA). Sin embargo, aún a día de hoy, sigue sin reconocerse la abnegada contribución de los soldados de reemplazo, y de sus familias, no solo a la seguridad y defensa de España, sino también a la consolidación de la democracia y de los derechos y libertades que, con su ejemplar labor, siguen asegurando nuestras Fuerzas Armadas.

Falta de reconocimiento social

Esta falta de reconocimiento social a las decenas de millones de españoles que hicimos la mili es más dolorosa si se tiene en cuenta que fue en el mes de octubre de 2021 cuando, una vez más, el actual Gobierno de España presidido por Sánchez –como antes hiciera el de Rajoy– se negó a redactar en los presupuestos una norma que permita computar el período de realización del SMO para el cálculo de la jubilación ordinaria. Una norma que, además de que debería haber sido elaborada hace años, es de la más elemental justicia y moralmente necesaria.

Por los visto, el sacrificio que sí supieron hacer los jóvenes –en su gran mayoría procedentes de humildes familias con bajos ingresos– por España, a costa en no pocos casos de oportunidades laborales perdidas, no están dispuestos a reconocerlo los actuales miembros de (todos) los partidos políticos. Mucho menos a emularlo.