Si les digo la verdad tenía ya casi ultimado el artículo que había preparado para ustedes esta semana bajo el título Hermanos que se devoran. Saben de sobra a qué, o mejor a quiénes, me refiero. Un par de grabados de Goya estaban yendo y viniendo a mi cabeza estos días atrás. Primero el de Saturno devorando a sus hijos, pero ese no era el apropiado. Después el de Lucha a garrotazos, y ese sí, aunque metafóricamente, era bastante más cercano a lo que en tiempo real íbamos conociendo de lo que sucedía en el Partido Popular. Pero esa lamentable y autolítica implosión me parece minúscula en comparación con las explosiones que castigan Ucrania. No solo se devoran los hermanos, también unas noticias se engullen a otras. Resuena a pasado lejano lo que ocurrió ayer porque la presencia del presente consume y abrasa todo.

En uno de sus poemas, Rilke nos exhortaba a amar y vivir las preguntas. No puedo estar más en sintonía con él. Por eso descarto aquel artículo y les propongo otro. Uno que gira en torno a unas preguntas que no dejan de sacudir mi cerebro: ¿aprendemos?, ¿somos capaces de hacerlo? Pero sobre todo ¿tenemos el coraje de hacerlo? Porque, ¿qué ha sido de las enseñanzas que aseguramos haber aprendido del siglo XX? Anaïs Nin con su destilada y acerada lucidez, afirmaba en uno de sus diarios que «la vida se encoje o se expande en proporción a tu coraje». A la luz de las terribles noticias e imágenes que desde la madrugada del pasado día 24 inquietan a nuestras almas y retinas se diría que no hemos tenido el coraje de aprender de los escalofriantes hechos acontecidos en ese siglo, por no hablar de los anteriores tiempo y sucesos. El coraje de aprender pasa por el coraje de conocer y conocerse, conocer a los otros y a nosotros mismos como agentes que construyen y destruyen desde los valores y errores que nos conforman. Comentando uno de los grabados de Goya al que hacía referencia al comienzo de estas líneas –el de Saturno devorando a sus hijos–, Tzvetan Tódorov formulaba otra pregunta tan pertinente hoy como entonces: «¿Para qué convocar al diablo cuando los hombres actúan de manera diabólica?» Y me pregunto, si seguimos estando como Tódorov describía a Goya «a la sombra de las luces», ¿qué hemos aprendido? Para un contexto del todo ajeno al que aquí describimos, Olivier Remaud nos propone pensar como icebergs. Por mi parte sugiero justo lo contrario: no hacerlo como ellos. Pero no porque desdiga a Remaud, quien está pensando en la atención que la emergencia climática nos reclama, sino porque en lo tocante a las relaciones humanas y sociales, sean internas o internacionales, no podemos permitirnos el lujo, que es desvarío, de minusvalorar lo que no se ve y lo que se oculta. Desoír a todo aquello que nos explica es tan inoperante y dañino como tratar de desprenderse de las raíces. La insigne filósofa, María Zambrano afirmaba que «filosófico es preguntar y poético en hallazgo». Me conformo, en estos trágicos y oscuros días, con que nuestras preguntas, y tal vez respuestas, abran caminos para que nuestro coraje pueda agrandar la vida y las vidas.