No me gustan los esoterismos baratos, pero da la sensación de que la derecha española tiene una relación fetichista con el calendario y se empeña en hacer coincidir acontecimientos de gran relevancia para la vida política del país en general (y para ellos en particular) sobre unas cuantas fechas del año: 20-N, 18-J… o 23-F son algunas de ellas.

Pero entre la intentona golpista de 1981 y la defenestración en diferido del presidente del PP, cuarenta años después, no es la fecha lo único que coincide, aunque sea lo más evidente. Al menos hay otra circunstancia (mucho más preocupante a mi juicio) que emparenta directamente esos dos momentos políticos. En un caso y en el otro, la derecha española (UCD y AP entonces y PP ahora) vuelve a tener sobre la mesa la duda existencial, nunca bien resuelta desde que decidió abrazar la democracia: seguir la querencia instintiva que la vincula a sus orígenes franquistas, o romper definitivamente las amarras que aún la atan al pasado. A finales de 1980, dos años después de que entrara en vigor la Constitución, la derecha que venía del Régimen (la única derecha significativa, porque la que tenía pedigrí democrático cabía en un minibús) había encontrado acomodo principalmente en Unión de Centro Democrático. Solo los recalcitrantes se refugiaron bajo el paraguas de Manuel Fraga y su Alianza Popular.

Certificados de patriotismo

No eran tiempos fáciles, como no lo son estos, y la ultraderecha se mueve con facilidad en épocas de incertidumbre, aquí y en todas partes, repartiendo certificados de patriotismo y agitando el miedo a lo distinto (a la izquierda, a los nacionalismos periféricos, a la inmigración o al feminismo, a lo que sea). No dejó de hacerlo entonces, contando con la inestimable ayuda del terrorismo etarra, y una parte de la derecha integrada en UCD, alarmada por las concesiones de Adolfo Suárez al ala socialdemócrata de su partido y por el crecimiento del PSOE que apuntaban las encuestas, se sumó al coro del búnker: las calles no eran seguras, el país se acercaba al caos económico, la patria, estaba en venta... En fin, también para ellos sonaba familiar la letra de esa canción y la entonaron junto a los habitantes de la caverna.

No existía un partido de ultraderecha equiparable a Vox, pero las Fuerzas Armadas seguían penetradas por la ideología fascista del «Ejército de la Victoria», y en ellas buscaron apoyo los que querían atrasar el reloj. Fracasaron, como es sabido, después de meternos el miedo en el cuerpo y de protagonizar una serie de episodios chuscos, cuando no francamente chapuceros, como algunos de estos últimos días. La Historia, a veces, no es que se repita: es que al cocinero se le va la mano con el ajo.

Es fácil abrir la jaula de la bestia para que atemorice al adversario... pero es mucho más difícil volver a encerrarla cuando ha cumplido esa misión

¿Pensaban en el regreso imposible a la dictadura militar? Lo que se supo después sobre conspiraciones entre políticos y uniformados indica que no, que se trataba de amenazar con los tanques para asegurar que la derecha de siempre, la del dinero, seguiría al mando sin la interferencia de un líder indócil y que la izquierda se apaciguaría. Olvidaron, como suelen hacer, que es fácil abrir la jaula de la bestia para que atemorice al adversario... pero es mucho más difícil volver a encerrarla cuando ha cumplido esa misión. Tejero y Miláns, entre otros, no quisieron volver al encierro, con los resultados ya conocidos.

Durante mucho tiempo, los más asilvestrados hallaron amparo en el nuevo invento de Fraga, el PP. El viejo y tozudo político gallego, primero, y Aznar, después, hicieron realidad el viejo sueño de la casa común de las derechas españolas y en el Parlamento se sentaron juntos tecnócratas neoliberales y sujetos de modales tabernarios que escupían por el colmillo y que, al tercer cubata, se arrancaban con el Cara al Sol. Como en todas las familias, había diferencias... pero eran de la familia, al fin y al cabo. O, por lo menos, tenían un abuelito común.

Discurso neofascista

A veces las familias discuten y en esta, andando el tiempo, hubo una escisión. Los más duros se apuntaron a ella, ya sin caretas, con banderas preconstitucionales y un discurso abiertamente neofascista. En 2019, Vox (los escindidos) dio un fuerte estirón en las elecciones autonómicas y municipales, que puso de nuevo al PP en la disyuntiva de aislar a la ultraderecha, como hacen sus iguales europeos, o aceptar su apoyo para tocar poder local y regional... a cambio de darles carta de naturaleza en parlamentos autonómicos y gobiernos de ayuntamientos.

Y, como era de esperar, ese reconocimiento se reflejó en las encuestas.

El joven líder del PP, alentado por el éxito de la presidenta madrileña y seguramente fiado en encuestas poco fiables, quiso asentar la hegemonía de su partido en la derecha anticipando las elecciones en Castilla y León, a las que seguirían otras en Andalucía.

Y la primera, en la frente.

No solo no se comió a la ultraderecha sino que la dejó en posición de plantear nuevas exigencias y de figurar en un gobierno de coalición. Como en 1981, la bestia se negaba a volver a su jaula y la derecha integrada en el sistema se veía acosada por ella.

Dentro del PP empezaron a pedir cuentas al joven presidente Casado. Y este midió mal la respuesta (probablemente también se equivocó de enemigo) al lanzar sobre la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, graves acusaciones de irregularidades que habrían enriquecido a familiares suyos.

Menos dignidad

A partir de ahí todo corrió vertiginosamente. Antes de una semana llegó para Casado su 23-F particular y tuvo que abandonar la jefatura de su partido como Adolfo Suárez aunque con menos dignidad (solo le han dejado que haga las maletas y salga por su pie, en lugar de tirarle por la ventana).

Como en aquel lejano febrerillo loco, el líder ha caído, arrastrado por una dinámica sin control en la que mueve sus fichas la extrema derecha... y ya veremos si el partido corre una suerte parecida a la UCD,

Y las dudas de la derecha en su relación con el franquismo siguen ahí, como telón de fondo de esta segunda edición de la tragicomedia.