El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Subida de precios

Al poner diésel a 1,8 en el mismo surtidor que hace pocos meses pagaba el litro a 1,2 me he acordado de cuando, pagando el café a ochenta pesetas, pasamos de repente a pagarlo a un euro. En España, el cambio de moneda supuso con el nuevo siglo un redondeo al alza de los precios; del mismo modo que ahora, con el rublo como valor monetario de referencia, la carestía y la inflación nos vuelven a encoger el corazón y el bolsillo.

Las grandes multinacionales y corporaciones, en especial las eléctricas, las gasísticas y las compañías petrolíferas, sin olvidar a los bancos, que no tienen corazón —pero sí algunas Bolsas y muchos bolsillos—, han ganado más dinero con la pandemia y con la guerra que en años de bonanza.

Amenazas ecuménicas

¿Cómo y por qué? Parece que el encierro epidémico y la cerrazón mental provocada por el estrés sanitario o bélico configuran circunstancias idóneas para la sumisión y el consumo. Machacado por amenazas ecuménicas, el misil, la enfermedad, por los invisibles jinetes del Apocalipsis y, al mismo tiempo, por la cesta de la compra, la subida del aceite, el azúcar, la leche o el café, el ciudadano agradece cualquier limosna del poder. Ayudita, como esos veinte céntimos por litro de combustible que el gobierno va a subvencionar durante un par de meses, incapaz de paliar ninguna economía, pero placebo para sedar al personal mientras se asientan definitivamente los nuevos precios del mercado energético. Al alza, naturalmente. Todo hace indicar que seguiremos pagando el diésel mucho más cerca del 1,8 de hoy que del 1,2 de ayer. Sesenta céntimos por litro de margen que, arriba o abajo, garantizará futuros beneficios de productores y estados recaudadores.

Todo sería, económicamente hablando, un mal menor si, en paralelo, creciesen los salarios. No va a ser así, obviamente, por lo que a muchos quedará la duda de si los estados de alarma no tendrán, también, el papel de cortinas de humo destinadas a ocultar a la opinión pública la revisión al alza de las materias primas, los costes de producción y los precios.

Sin olvidar que, en el caso del ciudadano de a pie (99,9% de la población), el precio a pagar siempre es alto. Y nadie lo sabe mejor, claro, que quien pone los precios (el 0,1%).

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