Los líos y las comisiones de Gerad Piqué han coincidido con el fin de las mascarillas, en una suerte de exposición de caras nuevas y caras duras de lo mas reveladora.
De Piqué, el tremendo 'indepe', se han conocido, de rebote, sus comisiones y su devoción por el rey emérito Juan Carlos de Borbón, a cuyo teléfono llamaba una y otra vez para pedirle enchufe.
Esta ausencia total de moral es igualmente compartida por el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, ese Luis Rubiales con cara de crupier de Montecarlo, a quien la mascarilla favorecía al ocultar esa sonrisa de pícaro tan poco de fiar como el independentismo de Piqué.
A los comisionistas madrileños y catalanes les venía muy bien la mascarilla, al ocultar sus golosas bocas, esos belfos colgantes de baboseo institucional, billetes y pelos de muchas gateras.
Todos han hecho negocio con la boca tapada, la pandemia y las mascarillas, pero ahora, sin las máscaras, salen más reconocibles en las fotos policiales, de frente y perfil, mirando para Alcalá Meco.
Pero para los chorizos, comisionistas y demás bazofia social, la supresión del embozo o rentable mascarilla, ha significado una doble faena
A la gente normal el fin de las mascarillas ha supuesto un alivio, otra manera, la de siempre, la de conversar, sonreír, interactuar. Pero para los chorizos, comisionistas y demás bazofia social, la supresión del embozo o rentable mascarilla, ha significado una doble faena.
A partir de ahora los españoles viviremos desenmascarados, teniendo de nuevo que aprender en las facciones de los rostros ajenos el arte de diferenciar al noble ciudadano del noble villano, y al futbolista honesto del que del balón hace cesto.
De nuestra finura psicológica dependerá que no nos coloquen el partido amañado, el producto defectuoso, y, siempre, en todo caso, la correspondiente comisión.