El Periódico de Aragón

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Daniel Gascón

Todos los relatos históricos son falsos

Todos los relatos históricos son una falsificación y todos los discursos nacionales son un cuento chino. La mayor parte de las veces, disputar la exactitud de un discurso político sobre la historia incumple una vieja máxima: no hay que discutir sobre cargas de caballería de Austerlitz con alguien que se cree Napoleón.

Vemos mucho mejor los delirios de los otros que los propios, y nos parecen más peligrosos los de quienes están más alejados. Así, por ejemplo, una parrafada lisérgica de Isabel Díaz Ayuso sobre la historia de España ha causado preocupación. Pero también debería haberlo hecho la reivindicación de Jaume I por parte de Ximo Puig, por ejemplo. En 2006, Artur Mas prometió ante la tumba de Wilfredo el Velloso «trabajar por una patria más libre». Algunos creen que el procés fue una aberración de un sobrio proyecto político, pero la falsificación es anterior y posterior: la continuidad histórica de los presidentes de la Generalitat, la falacia de la corona catalanoaragonesa. El partido nacionalista español Vox también recurre a ese kitsch de cota de malla.

Todos los lugares fueron una cosa y su contraria. Como ha contado Juan José Sebreli, antes de ser modelos democráticos los países escandinavos eran la cuna de piratas feroces, Gran Bretaña fue escenario de revoluciones sangrientas antes de convertirse en modelo de estabilidad parlamentaria y Francia era la hija de la Iglesia y un ejemplo de solidez. La falsificación del pasado empieza en el presente: politólogos rumbosos dicen que el Estado no dejó otra opción a los independentistas que dar un golpe y reservistas nostálgicos explican que obligamos a Rusia a matar civiles en Mariupol. Puestos a elegir, es mejor imaginarse como nación cívica que como nación étnica, pero la distinción es más leve de lo que parece: es fácil pasar de una a otra sin darse cuenta y alguna vez ha ocurrido que una etnia se define como nación cívica y define como bárbara a la otra etnia.

Una entrañable característica de los antiliberales patrios, centralistas o periféricos, es que aplauden normas y leyendas medievales, al servicio de una minoría de la población, por encima de una constitución moderna que protege a todos por igual.

La historia es importante por muchas razones: una es por el placer que produce estudiarla; otra, descubrir las contradicciones. La identificación con el pasado debe ser irónica: consciente de su contingencia y de las halagadoras trampas que se tiende a sí misma. Sin esa ironía, se vuelve ridícula y a menudo también siniestra.

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