El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

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Juan Bolea

Aquelarre para Feijóo

De los audios de María Dolores de Cospedal y del ex comisario Villarejo me ha llamado la atención, tanto o más que el fondo de esas conversaciones, la forma: el tono coloquial, doméstico y cómplice con que ambos hablaban de «laminar» a individuos del Partido Popular (Bárcenas), o se intercambiaban información relativa al «presidente» (Mariano Rajoy). Siendo, me temo, tales fragmentos de conversación telefónica entre la ex secretaria general del PP y el corrupto ex policía suficientemente representativos a la hora de presumir la existencia, constancia y duración en el tiempo de una relación personal entre ellos; y acaso, también, de algún tipo de relación laboral. Vínculo que habría que demostrar de manera probatoria, claro está, y con mayor motivo y nitidez si se reabren diligencias contra Cospedal; pero que, escuchando tan ignominiosas cintas, pocas dudas despierta.

Los fantasmas del PP, que ya se creían encerrados en los despachos de Génova, entre aquellas obras de su reforma, cajas fuertes y falsos tabiques facturados a millón, se han escapado con la llegada de Feijóo, adquiriendo el espectral vuelo y forma de las meigas. El aquelarre de Cospedal con ese satánico macho cabrío surgido de las cloacas policiales ha debido poner los pelos de punta al político gallego, tan mesurado y racional como, ahora, imagino, aterrado por verse obligado a convivir entre espíritus inmortales o tan longevos como esa endémica perversión que atenaza y paraliza a la derecha como un veneno administrado por sus diablos y hechiceras.

Desde fuera, el votante, incluido el del PP, no podrá menos que preguntarse si realmente es necesario, imprescindible, inevitable, que las cúpulas del poder se manchen una y otra vez con el barro de la corrupción, asolando los principios democráticos con escuchas ilegales, comisiones ilícitas, información privilegiada o tal acumulación de privilegios que, cuando saltan a la opinión, mueven a rechazo o escándalo.

Lo peor, sin embargo, no es que la inmoralidad se manifieste una y otra vez en la política española, sino que lo seguirá haciendo porque el sistema de financiación de partidos, la ley electoral y el perfil de nuestros cargos y representantes invitan a ello.

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