El Periódico de Aragón

El Periódico de Aragón

Olga Bernad

El retrato de Lucrecia

Ahora que se acerca la feria del libro y todos los estudiantes están de exámenes, me acuerdo de mis padres. Como muchas otras personas de su generación, no tuvieron más estudios de los imprescindibles. El contratiempo educativo les dejó en el alma una conmovedora fe en la cultura y un empeño ciego en que sus hijos estudiasen, por lo menos, dos o tres carreras. Como primera medida, mi padre llenó la casa de enciclopedias. Su gozo en un pozo, porque mis hermanos nunca estuvieron por el enciclopedismo, pero la verdad es que a mí me gustaban aquellos tomos pesados, la suavidad casi plástica de sus hojas y su olor a novedad. Los que no nacimos con Internet incorporado navegábamos por las páginas de los libros. Recuerdo con especial afecto El Mundo de los Niños y el Monitor… aunque ninguna como La Historia del Arte de Salvat, diez maravillosos volúmenes llenos de láminas donde he visto todo el arte del mundo sin aplicar más método que el de la apetencia.

En la página cuarenta del tomo sexto vi a la mujer que quería ser: Lucrecia Panciatichi, pintada por Bronzino. Luego he querido ser muchas otras, pero ella es aún sorpresa y presencia, con su claridad imposible y su vestido rojo, su preciosa mano sobre el libro, su formalidad, su geometría y su fondo oscuro. Qué rara calidez en su pose de figura congelada. Aún regreso con frecuencia a sus dominios y dejo que me mire con su lucidez casi insensata. Ella me envuelve en esa visión superior que parece no desatar del todo sus lazos con la tierra.

Cuando la miro sé lo que veo y me gusta lo que veo, y eso no me ocurre siempre con las personas que tengo frente a mí. Ella forma parte de mi paraíso particular, desorganizado pero concreto; estará en el espejismo que veré si un día termino de volverme loca, está en la estrambótica habitación donde voy guardando todo lo que elijo.

Compartir el artículo

stats