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Jesús Jiménez Sánchez

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Jesús Jiménez Sánchez

Elegir carrera

Un alto porcentaje de estudiantes llega a las puertas de la universidad sin saber qué carrera estudiar

¿Qué carrera universitaria elegir? A estas alturas del curso, preparando a tope la prueba de acceso, muchos bachilleres no saben todavía por dónde tirar. La orientación académica y profesional recibida puede ser clave.

No por conocida la situación deja de ser preocupante. Cada final de curso, el mismo panorama. Un porcentaje elevado de jóvenes estudiantes llega a las puertas de la universidad sin saber muy bien qué carrera estudiar. Han superado los dos cursos del bachillerato elegido en su día como camino hacia las aulas universitarias. Ya están casi ahí. Nerviosos por la inminente prueba de acceso. Que no se preocupen. La aprobarán, como la inmensa mayoría de los presentados en los últimos años. Otra cosa es que puedan elegir carrera. Porque no les llegue la nota media. O porque su familia no disponga de medios económicos. Si, además, viven en una localidad sin campus universitario, peor lo tienen. La conocida desde sus inicios (1975) como «selectividad», apenas selecciona académicamente; solo sirve para ordenar a los aspirantes a determinadas carreras, porque la verdadera selección (este llega, este no) se hace previamente con las calificaciones en el bachillerato. Y se hace también, por supuesto, por motivos económicos y sociales. A pesar de lo mucho que ha mejorado el sistema de becas y ayudas al estudio, queda mucho para la igualdad de oportunidades.

Pero vayamos a quienes tienen esa oportunidad de elegir. ¿Por qué eligen una carrera y no otra? Muchos no lo tienen del todo claro. Cuando se les pregunta, dan respuestas de lo más variadas. Que si esa profesión tiene futuro y oportunidades de encontrar empleo. Que si es una carrera de prestigio. Que si por tradición familiar. Que si son estudios relativamente fáciles. Que con mis notas tampoco puedo aspirar a otras carreras que me gustarían más. Y unos pocos aseguran que por vocación.

Optar por una u otra carrera determinará su futuro. Seguro. No solo en lo profesional. De ahí la enorme importancia de hacer (si se puede) una buena elección. Ajustada. No conviene dejarse engatusar por cantos de sirena; como esos listados de «las mejores» universidades o carreras (del mundo mundial) que publica algún periódico por estas fechas. Ni tomar al pie de la letra las informaciones del radio patio de los amigos que cuentan la feria como a ellos les va; como cuando echan por tierra unos estudios solo porque, en ese momento, el profesorado que les impartió clases deja mucho que desear. Ni aceptar sin rechistar que deben seguir inexorablemente la saga familiar en profesiones distinguidas; como si fuese una herencia de casa noble. No. Lo que realmente deberían contar son las capacidades, intereses y expectativas personales. La vocación o como quiera llamarse.

Elegir una carrera equivocada tiene consecuencias. Ahí está para demostrarlo el «abandono temprano» de los estudios universitarios. Que llega casi al 20% (19% según datos CRUE) en algunas titulaciones y universidades; sobre todo, en las técnicas. La mayoría de esos abandonos, sin poder finalizar primero. Unos, para cambiar hacia otra carrera distinta a la inicialmente elegida. Otros, para matricularse en un ciclo formativo de FP. En algunos casos, seguramente aciertan con el cambio. Pero no siempre sucede así. Algunos dejan para siempre de estudiar porque sus familias, si pierden la beca, no pueden costearles la repetición de curso. Por otra parte, ese abandono prematuro tiene repercusiones negativas en los presupuestos de las universidades. Cerca de mil millones al año (U-Ranking/BBVA/IVIE). De las públicas, evidentemente. Porque las privadas juegan otro partido. Algunas incluso hacen negocio con las matrículas de estudiantes que quieren cambiar de carrera.

Ante este panorama, ¿qué se podría hacer?

Primero, mejorar sustancialmente nuestro sistema de orientación académica y profesional. Tenemos evidentes carencias en los centros de educación secundaria. Faltan orientadores (muchos) y falta definir mejor las funciones del departamento de orientación. Necesitamos reorientar la orientación en las etapas de enseñanza obligatoria. Para que cada alumno (y su familia) pueda disponer a tiempo de elementos suficientes antes de decidirse por un itinerario formativo u otro. Y bueno sería, también, que los empleadores y sus observatorios de empleo echasen una mano. Hoy por hoy, la distribución del estudiantado español entre estudios universitarios y de formación profesional es muy distinta a la de otros países europeos: nos «sobran» en la universidad y nos faltan en la FP. Lo universitario está socialmente sobrevalorado mientras a los estudios profesionales les cuesta mucho sacar la cabeza.

Segundo, revisar los planes de estudio de las titulaciones universitarias. Para que el primer curso de grado sea más polivalente. Medida que ya se planteó cuando la LOMLOU (2007) y la incorporación al EEES (Bolonia), pero que apenas pusieron en marcha algunas universidades. Eso explica que, para homogeneizar niveles de entrada, se haya tenido que ofrecer unos «cursos cero» en septiembre, sobre todo en las carreras científico-técnicas. Si se estableciese un primero generalista (algo así como los antiguos comunes) el estudiante podría cambiar entre las carreras de la misma área de conocimiento. No es tan complicado. La excesiva especialización desde el inicio de los estudios universitarios no parece lo mejor. A la vista está. Veremos si la anunciada nueva Ley de Ordenación del Sistema Universitario (LOSU) introduce cambios que afecten a la actual organización (RD 822/2021) de las enseñanzas universitarias. Las claves: Más y mejor orientación académica y profesional. Y más oportunidades. Para poder elegir mejor. Si se puede, claro.

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