El Periódico de Aragón

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Sergio Ruiz Antorán

Desde Tolva

Sergio Ruiz Antorán

Las fallas del Pirineo

Si entornas los ojos se percibe un aro de fuego. Los fotógrafos buenos saben paralizar esa ráfaga con el obturador completamente abierto. Los fallaires de Saünc voltean sus antorchas avivando la llama mientras en el aire negro se dibujan esos grandes círculos. Los curiosos se arrejuntan en una ladera que mezcla el olor de la siega y la chasca quemada. El espectáculo prende la noche.

Los aplausos se suceden al ritmo de flashes que disparan destellos para iluminar la oscuridad más corta y más emotiva. Las caras montañesas denotan el afecto de las gentes del país por una tradición suya, interior, superviviente laica de una herencia primitiva de admiración a la naturaleza. La mezcla de adrenalina segregada por el miedo atávico al fuego destructivo y a la noche profunda, la fascinación del olor y los colores, embriaga hasta la magia. No hace tanto que se deja bajar a las mujeres. A los niños se les inculca este sentimiento desde bien pequeños.

El 23 de junio el Pirineo celebra el solsticio de verano. En Laspaúles, en Montanuy, en Sahún, en San Juan de Plan, en Ribagorza y en Sobrarbe. Como ocurre en la vecina Boi, en Arán, en Pallars, Cerdanya… en otros mapas catalanes. Y en Andorra y en Francia. En total se contabilizan hasta 90 localidades que, sin conocer más fronteras que su historia, se unen en una celebración ancestral y de alto valor cultural, social y turístico.

Hay muchas más por toda España, Europa y el mundo. En Bonansa son hoy y la próxima semana en Castanesa, Noales y Aneto. No se las pierdan.

Los rituales del fuego dan la bienvenida al futuro, al verano, olvidando el pasado, el invierno. Se depura la vida sobre los males almacenados para limpiarnos y caminar con nuevo espíritu puro hacia un destino de ilusión, un simbolismo fácil de asimilar en los últimos tiempos de dureza.

No es difícil acoplar el significado de las Fallas con las polémicas que han rondado esta cordillera en la oposición del calor del fuego y el frío de la nieve. La odisea olímpica de 2030 termina en San Juan quemada en las ascuas del espionaje, los reproches y la falta de entendimiento político, acusaciones de insolidaridad, enfrentamiento, al menos, entre los que no viven cerca de estos valles. Porque esos montañeses emocionados entonarían un mismo lenguaje para hacerse comprender fuera de sus fronteras, decidiendo ellos qué quieren para sus pueblos y para sus gentes. Más médicos, más servicios, más oportunidades, dirían. Encendiendo una chispa de tolerancia que prendería lejos, por encima de diferencias y distensiones.

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