El Periódico de Aragón

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José Manuel Lasierra

TERCERA PÁGINA

José Manuel Lasierra

La inflación y sus remedios

Las recetas universales no sirven para todos los productos y se deben estudiar los pros y los contras

El crecimiento de los precios de la energía y la alimentación, con sus efectos importantes en el conjunto de la cadena productiva, nos está empobreciendo de manera acelerada. Pasado el verano, adentrándonos en el otoño, en el período de la vida cotidiana y el trabajo y la rutina y el frío, lo vamos a notar todavía más. No es de extrañar que los gestores públicos hagan propuestas para afrontar esta complicada situación. Los hay como la Comisión Europea y mi admirado Borrell que proponen avanzar en la guerra e institucionalizar la formación de los militares ucranianos. La dramática viñeta de El Roto señala a un individuo que avisa de que hay un fuego provocado en Ucrania y que todos tenemos que ayudar. El individuo acude con una lata de gasolina. No sé si los esfuerzos en este conflicto no deberían encaminarse a algún tipo de negociación.

La inflación a finales del año 2021 no parecía un problema de fondo persistente y grave. Todos los organismos lo consideraban como un fenómeno coyuntural. La guerra de Ucrania y sobre todo la guerra económica plantea un escenario inflacionista muy preocupante. En resumen, se trata de una restricción de la oferta principalmente de las materias energéticas, aunque también alimenticias, con efectos de arrastre sobre todo el conjunto del tejido productivo dado que la energía, poca o mucha la necesitan todo tipo de empresas. El problema de la inflación se nota de forma inmediata y generalizada por la ciudadanía en la cesta de la compra, especialmente con los productos alimenticios.

Hay muchos motivos para preocuparse por una inflación alta pero el contexto sociopolítico y económico actual pone muy difícil su reducción aunque se anuncien mejoras en el medio plazo. No se puede sustituir de la noche a la mañana un altísimo grado de dependencia de un proveedor importante.

En el mientras tanto, surgen propuestas, cuando menos pintorescas, para aliviar el deterioro de las condiciones de vida, se presenten como se presenten. No sé si es por las dificultades del momento o porque la ideología supuestamente progresista del siglo XIX sigue reflejando escenarios irreales e incompletos.

Tiene esto que ver con las sugerencias de controlar los precios de determinados productos, especialmente los alimenticios. El objetivo puede ser bueno y loable pero las consecuencias pueden ser desastrosas. Lo cuento con frecuencia, pero no recuerdo de dónde lo he sacado. Imaginemos a Juan Valdez recogiendo granos de café en Colombia y en un momento determinado nos estamos tomando un café en un bar pongamos a un euro (y pico).

¿Nos hacemos idea de cuántas personas y empresas han podido intervenir para que a nosotros nos parezca razonable tomar un café a ese precio? Esa interacción de personas y empresas que lleva el grano de café de Colombia a la taza es lo que hacen los mercados: coordinar un conjunto innumerable y descentralizado de actuaciones e intereses. El que lo recolecta, el que lo almacena, el que lo transporta allende los mares, el que lo tuesta, el que lo empaqueta, el que lo distribuye etcétera. Si en ese proceso no hay un participante que se aprovecha de la situación, se llega al mejor de los resultados. ¿Imaginamos qué tamaño tendría que tener una oficina para organizar todo ese proceso en una oficina centralizada? Sería ingente. Además, añadimos, sería menos eficiente en organizar todo eso que el mercado hace de una manera imperceptible. Sin embargo, observamos como el mercado de la energía se ha intervenido en los precios con la denominada excepción Ibérica (justo es reconocer una buena gestión del Gobierno).

Tiene sentido la intervención de este mercado por las propias características de la energía y por qué su regulación estaba pensada para una situación normal sin restricciones graves de la oferta como ocurre actualmente. Ese ejemplo que ya conocíamos de que toda la energía que pagábamos a precio de solomillo aunque la mayor parte de nuestra cesta de la compra eran pechugas de pollo representaba de forma clara la anomalía que existe en el funcionamiento del mercado de la energía en este contexto.

La conclusión es que las recetas universales no sirven para todos los productos y servicios y en cada caso se deben estudiar los pros y los contras y evitar así situaciones peligrosas como ocurrió cuando se controlaban los precios de los productos agroalimentarios: escasez, desabastecimiento y mercado negro. En muchas ocasiones la ideología no deja ver la realidad. En otras se ve muy claro pero se tienen pocos escrúpulos en ponerse en el lado de los poderosos, en este caso de las eléctricas.

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