Pedro, un agricultor de Tauste, observaba a mediodía de ayer las llamaradas que destruían los pinos en los cerros que separan la zona de cultivos de su localidad del campo de maniobras de San Gregorio. "Si no queda más remedio, sacaremos los tractores y labraremos los rastrojos para que las llamas no avancen", afirmó con convicción, pero sin delatar emoción alguna.

Pedro no teme que el incendio alcance Tauste. "Antes tendría que pasar por la acequia de Sora y recorrer una franja de tierra de cultivo de diez kilómetros, y eso es imposible", comentó.

Su opinión refleja la forma de pensar de los habitantes de las localidades situadas al oeste del campo de tiro, que ayer estaban cubiertas por la imponente humareda que produce el fuego.

En esa zona, próxima al parque eólico de la Plana de Pola, todavía intacto, los helicópteros realizaban una descarga de agua tras otra. Los pilotos tomaban agua en las balsas de regadío y luego la vertían sobre las llamas, en un pinar ennegrecido ya irremediablemente.

"Hace 12 años hubo otro incendio y el terreno se regeneró", añadió el agricultor a modo de consolación. Como él, los habitantes de Tauste y Remolinos mantienen una relación especial con el campo de maniobras de San Gregrorio. Lo tienen allí mismo, a sus espaldas, en una zona agreste, árida y quemada por el sol, poco o nada atractiva a primera vista.

Quizá no valoran la estepa. "Solo se aventura algún cazador y gente que va en quad y en moto o bicicleta de todo terreno", explicó Alfredo Zaldívar, alcalde de Remolinos. "Es un territorio duro y abrupto, cruzado por barrancos salitrosos", agregó.

Remolinos posee en esa zona desértica unas famosas minas de sal, pero "son subterráneas y no existe riesgo de que entren las llamas", según Zaldívar.

Para él, como para José Luis Pola, alcalde de Tauste, el campo de maniobras de San Gregorio es un vecino incómodo y problemático. El estallido de explosivos es un ruido habitual con el que deben de convivir y que les recuerdan que en la meseta de San Gregorio los militares prueban armas y realizan maniobras casi de forma continua.

Ahora solo faltaba el incendio, al que ni la propia DGA se atreve a poner una fecha de extinción. Pero no hay pánico. Pedro, el agricultor de Tauste dispuesto a poner su tractor contra el fuego, se toma la situación filosóficamente. "Lo principal es que no haya accidentes, que no le pase nada a ninguno de los que combaten las llamas", resumió.