Algunas de las secuencias más tenebrosas de la 'Incerta glòria' rodada por Agustí Villaronga se desarrollaban en una iglesia destartalada y polvorienta. Las momias desenterradas, y también la mugre y los muebles lanzados por el suelo, eran atrezzo. La iglesia (y parte del polvo), no: se trata de la Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes, o la Cartuja de Monegros, a pocos kilómetros de Sariñena (Huesca). Un antiguo monasterio de la silenciosa orden de los cartujos que este verano ha tenido más visitantes catalanes que nunca, quizá por la curiosidad por conocer el escenario de la filmación, quizá porque puede entrar perfectamente en un mismo itinerario junto con el cercano monasterio de Villanueva de Sijena. Aunque incluso sin ninguno de estos dos estímulos, la visita tiene un incentivo suficiente en los cerca de 250 frescos de fray Manuel Bayeu, uno de los tres cuñados pintores de Francisco de Goya, que aún hoy muy pocos han podido contemplar.

Visitantes en el claustrillo. / JAVIER BELVER

El mentor de Francisco de Goya en la corte de Madrid fue el pintor aragonés Francisco Bayeu, con cuya hermana se casó Goya. El pincel primerizo del de Fuendetodos se mezcla con el de su familia política (los hermanos Francisco, Ramón y Manuel Bayeu) en los muros y techos de la basílica del Pilar y de la aún aún difícilmente visitable Cartuja de Aula Dei, junto a Zaragoza. Pero la visita a la Cartuja de Monegros permite descubrir centenares de metros cuadrados de frescos pintados a solas por Manuel, tal vez el menos dotado de esos cuñados (incluyendo un autorretrato con una leyenda en la que dice que pintaba tres o cuatro meses al año, en los que el calor del verano tras el gélido invierno de los Monegros permitía que los frescos se secasen en las paredes y la artrosis no lo martirizara). El fraile que, encerrado en la cartuja, la pintó de cabo a rabo no accedió al estatus de padre para no tener que abandonar el trabajo manual, que estaba reservado a los simples hermanos.

La Cartuja de Monegros, tras la primera fase de restauración. / JAVIER BELVER

Rescate muy tardío

Las pinturas de Bayeu se conservan por puro milagro, y se pueden visitar gracias a que finalmente en el año 2015 el Gobierno de Aragón escuchó las quejas de los militantes en defensa del patrimonio artístico local. El actual edificio de la cartuja fue construido a lo largo del siglo XVIII, pero ya sufrió saqueo napoleónico, fue vendida con la desamortización y fue utilizada como balneario y, hasta hace pocos, poquísimos años, como corral de ovejas y almacén de grano. En el año 2012 entró en la lista roja de patrimonio en peligro de la asociación Hispania Nostra.

Tras la compra pública y la inversión de un primer millón de euros por parte de la Diputación de Huesca para consolidar las ruinosas techumbres y las pinturas que corrían peligro inmediato de perderse, la cartuja puede visitarse finalmente las mañanas de los fines de semana, con guías locales. Solo la iglesia y las celdas del claustrillo anexo son visitables por motivos de seguridad; pero allí se encuentra el grueso de las pinturas de fray Manuel, con esos azules, bermellones, verdes y naranjas llamativos propios del barroco tardío. Grandes escenas bíblicas en la iglesia, retratos de santos en las celdas en que los cartujos se mantenían en estricto silencio y representaciones de las virtudes exigibles al monje en las cúpulas del claustro.

Detalle del retrato de San Juan Bautista.

Mención especial merece la escena dedicada a San Juan Bautista. Musculado. Hipermusculado. Al igual que el resto de los varones que se bañan desnudos en las aguas del Jordán o que se arrodillan ante él en una postura que hoy juzgaríamos equívoca. La intención era exactamente la contraria, apunta la guía. La soledad de los monjes cartujos en sus celdas les podría llevar fácilmente a los malos pensamientos. Y entonces eran unas carnes mullidas y sonrosadas las que podían prender un cosquilleo indebido. Así que el pintor exageró hasta lo inverosímil la musculatura, para conseguir unos monstruos hiperviriles poco apetecibles hasta para el más voluble de los hermanos. Aunque los gustos han cambiado con los siglos y, la verdad, hoy la escena no desentonaría en un dibujo de Tom de Finlandia o con el título de 'Sauna Jordán'.

Entre los desmanes del tiempo se cuentan los clavos y estanterías en plenos frescos, que corresponden a la reconversión de las celdas como habitaciones del balneario, y a los grafitos escritos cuando la cartuja se convirtió en cuartel durante la guerra civil. De un bando (los nombres de algún integrante de la columna Durruti, inscripciones encima de las pinturas del estilo de "la religión es la muleta de los estúpidos e ignorantes’" y del otro (el indicativo 2-G-22 escrito por las paredes, correspondiente al segundo grupo de bombarderos Ju-52 de la Brigada Hispana de Franco, que bombardeó Cataluña desde el cercano aeródromo de Sariñena).

Grafito anticlerical

No solo la cercanía relaciona la cartuja barroca y el monasterio románico de Sijena. Sus historias de abandono y tardía recuperación son dos ejemplos paralelos de la conflictiva relación de Aragón con su patrimonio histórico. Por un lado, dos siglos de desinterés y desidia que contrastan con las labores de recuperación y salvamiento que se emprendían desde tierras vecinas. Por el otro, un esfuerzo de revalorización del patrimonio que no se ha hecho realidad hasta el siglo XXI y que, junto a las pulsiones anticatalanas, también debe tenerse en cuenta a la hora de entender el conflicto de Sijena. Por cierto, al igual que allí, en la señalización de la cartuja se culpa del vandalismo de 1936, al que se sumaron los milicianos de la columna Durruti y los comités revolucionarios locales, a las "milicias catalanas".