Julia nació con problemas hepáticos que fueron detectados cuando apenas contaba con tres meses. Tras una operación infructuosa en el hospital Infantil de Zaragoza, las continuas infecciones en el hígado se convirtieron en una sepsis que puso su vida en serio peligro. «Nos llegaron a decir que no iba a aguantar dos horas. El mundo se nos vino abajo», recuerda Charo, su madre. Pero Julia aguantó, sobrevivió y venció, pero necesitaba un trasplante. «La palabra impone. Mucho», admite.

Los médicos dieron a elegir a la familia entre Madrid o Barcelona. «En el Valle de Hebrón creyeron que no iba a aguantar, así que todo sucedió en el hospital de La Paz, en Madrid. En dos meses, Julia estaba trasplantada».

Y eso que el grupo sanguíneo de la niña -B positivo- no lo puso fácil. De hecho, el hígado tuvo que llegar desde el norte de Francia, procedente de una niña de 5 años fallecida como consecuencia de una hemorragia cerebral, ante la falta de compatibilidad en el entorno de Julia y en España. Y todo salió a la perfección. Apenas unos días después, la niña estaba ya en planta y un mes después de la operación, pudo celebrar en casa su primer cumpleaños. «A nosotros ya nos ha tocado la lotería. Eso lo tenemos muy claro», afirma su madre.

Charo recuerda aquella sensación de angustia a la espera del órgano, aunque asegura que nunca perdió la esperanza. «Cuando ves a niños saltando sobre un sillón con una fuerza inmensa y te dicen que han sido trasplantados hace poco, te dejas llevar por el optimismo, aunque es cierto que hay casos de todo tipo. Nosotros tuvimos muchísima suerte. Sin duda, creo que Julia estaba en el lugar indicado en el momento preciso», indica.

Ahora, Julia hace una vida «completamente normal». Cada tres meses se desplaza a Madrid para someterse a las revisiones periódicas. No hay ni rastro de problemas o rechazo. «Al principio tenía que tomar muchas medicación, pero ahora ya se ha ido reduciendo. Todo ha salido bien», dice Charo.