«Si el jueves cuando llegamos a Austria me dicen que voy a terminar segundo, pegadito a Andrea (Dovizioso), que me voy a jugar la victoria en la última curva y que igual gano, que inicio el GP con 14 puntos sobre Viñales y salgo con 16 sobre Dovi, que me siento suelto y feliz durante la carrera, que mi Honda soporta a las Ducati en la recta, que Dani (Pedrosa), Vale (Rossi) y Viñales acaban detrás de mí, pido el papel, firmo y me vuelvo a casa feliz, muy feliz, sin correr».

Marc Márquez estaba eufórico. Feliz. Lo había intentado «que es lo que se pide a los valientes, a los que tratan de deleitar a la gente, de hacer bien su trabajo». Por poco le sale, por poquísimo, casi por nada. Pero se encontró con otro que quiere ser campeón. Perdón, que lucha por conseguir, por vez primera, el título grande, ese del que Márquez posee ya tres copias. «Dovi aquí, en Austria, tenía ese pelín más que hay que tener para, cuando te enfrentas a un duelo, poder ganarlo. Hoy, ese pelín de más era de Dovi y hay que felicitarle pues ha manejado el fin de semana con maestría, demostrando, contrariamente a lo que dice el paddock, que tiene coraje, ganas y maneras de campeón», añadió el nen de Cervera, que sale más líder de Austria: antes con 14 puntos sobre Viñales, ahora con 16 más que Dovi.

Márquez reconoció que en la última vuelta no pensó en el Mundial, en sacar la calculadora. «Durante las 28 vueltas vertiginosas, solo he pensado una vez en el título, solamente una vez he dicho ‘¡ojito, ojito!’, que ha sido cuando me he convertido en el jamón del bocadillo que, a 300 kms/h. en la recta, me han hecho las dos Ducati, Dovi por la derecha y Jorge (Lorenzo) por la izquierda. He resistido, pero he sufrido. Y disfrutado, porque, por vez primera este año, he visto que no se escapaban y eso ya es mucho».

Pero, llegada la última vuelta, Márquez no podía renunciar a ser Márquez. «Uno nace así, uno se siente feliz corriendo así y, sí, sí, sé que no todos los que me rodean piensan lo mismo, pero debía de jugármela pues, de lo contrario, no hubiese dormido tranquilo». Lo intentó en las dos curvas de izquierda en las que era más veloz que Dovi «pero las dos veces estaba demasiado lejos». Se la tuvo que jugar en la última curva. «Cuando uno lleva detrás a Marc sabes que llevas al único piloto que jamás se rinde. En la penúltima curva», explica Dovizioso aún emocionado, «oí como Marc abría gas antes que en las vueltas precedentes. Y pensé ‘¡es Marc, ojo, lo va a intentar en la última!’ Pero también me dije: ‘¡No, imposible, es un lugar imposible, no lo hará!’ Y, sí, sí lo hizo. Le dejé meterse por dentro, convencido de que no lograría trazar y cuando le vi derrapar sobre el piano con las dos ruedas, pensé ‘¡es la mía!’ Yo pude enderezar mi moto antes que él, retorcí el gas y mi Ducati ha respondido a la perfección. Ganar a Marc así es más que una victoria. Cuando peleas con Marc sabes que puede ocurrir cualquier cosa, todo. Ha sido hermoso, sí».

El abrazo sincero, hermético, firme de Andrea y Marc en el corrallito del Red Bull Ring, en la sala de prensa, en el podio, lo dice todo: dos héroes, dos actores, dos triunfadores, dos protagonistas, fundidos tras protagonizar un gran duelo.